Somos lo que soñamos…

 Publicado en Avenida Digital 3.0 el 12 de mayo del 2016

“…nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.”
Nicanor Parra

Soy, como todos, una extraña mezcla entre lo que debe ser y lo que es. Encuentro esa diferencia cuando en Facebook o Tuiter llegan a mi cuenta mensajes que hablan del sentido de la vida. Los miro y, si yo fuera una persona completamente normal, madura, con una amplia perspectiva, ávido de lograr mi realización plena como hombre, debería leerlos con atención y hacer un esfuerzo sobrehumano para aplicarlos. Las personas que los mandan colocan paisajes altamente bellos y motivadores, ya que hacer lo que se menciona en ellos muchas veces requiere de una energía que, en caso de tenerla, sería la de un superhéroe. De esta manera logran crear la unión perfecta: palabras exactas, breves, trascendentes, con imágenes de bellezas naturales; mezcla que me encamina a la reflexión. A veces, debido a la profundidad del mensaje, el paisaje es reemplazado por una fotografía con personas que ejemplifican aquello que está escrito. Realmente, despiertan el deseo de superación que, a veces, permanece escondido bajo la sombra del diario vivir. Una frase: “El cielo no es el límite, el límite está dentro de ti”, me puede encaminar a romper fronteras, buscar más allá, encontrar que lo imposible es posible.

Siempre me ha motivado encontrar este tipo de mensajes en mis redes, sobre todo por la mañana, pues cambian de manera significativa mi caminar a lo largo del día. Me hacen pensar en todo momento lo que debo hacer y lo que en verdad hago. Sin embargo, al evaluar mis acciones, puedo notar que muchas veces existe una diferencia notable entre esas dos cosas, en otras palabras: soy un desastre. Pero no importa, “Cuando has perdido algo, recuerda: la esperanza no se pierde”. Gracias a esos textos sé que lograré salir de mi estado de mediocridad. En mí habita un ser inquieto, ávido de superación, que puede caminar con decisión en nuevas sendas, salir victorioso de los retos que se presenten y no perder una ilusión: poder encontrar las llaves de mi carro que perdí el día anterior.

“Soy aquello que sueño”, decía uno esta mañana. Fue increíble. El problema es que no puedo recordar lo que soñé, ¿querrá decir que soy un ser etéreo que vive en el mundo del olvido de todos? No creo que ese sea mi destino, algo debe estar mal. Lo más probable es que no entendí bien el sentido del mismo. La fotografía que lo acompañaba era un hombre mirando las estrellas desde el borde de un precipicio. Hasta donde recuerdo, jamás quise ser astrónomo o clavadista en La Quebrada. No debe ser eso. Otra posibilidad es que tenga un significado superior a mi intelecto, lo he llegado a suponer porque en esa imagen se percibe que esa persona está parada en lo más alto del paisaje, seguramente es una simbología oculta que habla de inconmensurables y elevados niveles. A veces, entenderlos de manera correcta es realmente complicado.

Alguna vez llegó uno que decía: “Ser congruente, sin temores, es ser Hombre”. Esa rara cualidad que, según lo que estaba ahí, debería ser parte de mí. Se supone que, al hablar de congruencia, debe existir una cohesión de vida con todo lo que mencionan esos mensajes. Los que me conocen dirán que soy perfectamente incongruente, sobre todo al leer esta columna. La verdad es que soy, como todos, un ser coherente. Lo que pasa es que algunos de los motivos por los cuales hago las cosas de determinada manera son egoístas. Por ello, prefiero mentir o sencillamente ocultarlos. Incluso esa acción, la de esconderlos, concuerda con una de mis intenciones: brindar la imagen de persona confiable, recta, lo cual hasta cierto punto es verdad, pero como la perfección solamente existe en los libros y en aquello que inunda las redes sociales, tengo que torcer mi actuar para ser compatible con el mundo que me rodea y ser un Hombre que enfrenta, sin temores, su destino.

Sé que existirá aquel que me señale molesto al pensar que lo que está aquí es ironía. Eso no importa. La verdad es que no hablo de un universo ficticio, sino de aquello que me rodea y observo. ¿Qué tiene este mundo? Personas que buscan la manera de sentirse bien, tranquilos y felices. Algunos lo logran al enviar mensajes que pueden no servir para nada; otras al intentar seguirlos y algunos al leer algo medio fuera de lugar, pero divertido. De cualquier modo, la meta es buscar nuestra senda hacía el éxito, desafíos que motiven el andar y así, lograr lo que soñamos (si es que podemos recordar qué fue eso).

Una simple persona, un aprendiz de escritor

 

Creamos y moldeamos nuestra historia en cada acción que hacemos o dejamos de hacer. Nadie escapa a ello, de una u otra manera todos estamos en esa causalidad, desde un gobierno que decide pelear por lo que considera justo, hasta la mano que sostiene el arma en una calle olvidada de la frontera. Pero existen otras personas que no solamente actúan, sino que, además de ser testigos, ofrecen un testimonio crítico de lo que observan. Entre esas personas están, por ejemplo, los pintores, escultores, cineastas, músicos, científicos, etc. Y también existe un ser humano especial, aquel que utiliza la hoja en blanco como lienzo y el lenguaje como un pincel para plasmar lo que vive, lo que piensa, lo que siente; ese ser que, por medio de las palabras, hace ver los reflejos de su tiempo. Esa persona es el escritor.

“Somos lo que leemos”, dice la trillada frase, pero también somos lo que escribimos. En esta época tenemos la posibilidad de preservar el testimonio visual de casi todo lo que sucede y la manera en que se maneja la información hace que ésta sea muy amplia y de fácil acceso. Es por ello que el escritor no puede tener el único rol de ser un simple narrador, hoy ese papel lo han tomado los medios electrónicos visuales. Ahora él debe buscar generar en sus lectores un sentimiento que los mueva a reflexionar, a ejercer el pensamiento crítico de lo que acontece y más importante aún: a pensar y conocer las verdaderas razones por las cuales suceden las cosas. El escritor no debe narrar solamente lo que observa de una manera plana, sin compromiso. Debe ser capaz de mostrar las aristas de lo que está oculto y aquellas que son tan obvias que hoy somos incapaces de observar.

Cada crónica, reportaje, crítica, novela, relato, poema; tiene una parte de la historia que se vive, es nuestra herencia hacia el futuro. Los aciertos, errores, alegrías, angustias, anhelos, frustraciones; todo está contenido en esos fuertes tejidos hilados con palabras. Las frases en un papel o en una memoria virtual llevan las ideas del escritor y las nuestras a través del tiempo y por eso nos hacen ser, en cierta manera, inmortales. Hoy ellos escriben desde nuestra temporal perspectiva y comunican las reflexiones que se generan en ese particular punto de vista. Mañana, gracias a los escritores, otros leerán lo que hicimos, sentimos y pensamos, aquello que pudimos o no aprender. Nos juzgarán por los males que les heredamos y podrán saber o deducir las razones por las cuales hicimos esas acciones. Por eso los escritores son importantes. Una idea escrita no es el grito que se pierde, que se apaga en un corto tiempo, no es el golpe aislado cuyo dolor dura un momento. Los textos permanecen, no se olvidan, no desaparecen; pueden permanecer callados, ocultos, pero siempre están y siempre habrá alguien que los encuentre y los haga renacer cada vez que se leen.

Todos los que toman una pluma y una hoja deben ser concientes que esa sencilla actividad puede determinar como seremos vistos en el futuro. Es cierto, los malos textos tienen la alta probabilidad de olvidarse o desaparecer, pero es una probabilidad. La certeza del futuro no la tenemos, por lo tanto, no sabemos que piezas de nuestra época van a llegar a nuestros descendientes. Es una responsabilidad que no puede ser descartada, aunque tampoco debe intimidar a aquel que, utilizando la escritura, quiere expresar lo que siente. Para los que tienen esa necesidad, el primer paso es hacerlo, es tomar la pluma y escribir.  El segundo paso es largo y circular, es el continuo aprendizaje (ese que nunca termina), aprendizaje que está cimentado en el hábito de la lectura. Y escribir, escribir sin olvidar nunca que el escritor debe buscar la honestidad en sus frases, la congruencia en el texto, el respeto al lenguaje y el arte en la palabra.

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En lo personal me considero demasiado ignorante para escribir ensayos; demasiado vulgar para ser buen crítico; demasiado ácido para hacer bellos poemas. Solamente me queda observar, escuchar, pensar y narrar; narrar lo que veo, lo que pienso, lo que sueño. Espero que la vida me dé tiempo para escribir historias, las mías y las ajenas, para que no se extravíen en el tiempo. Es posible que un día encuentren un lector que, si bien es posible que no las aprecie, al menos brillarán en su mente por un instante. Estoy conciente que hacer esto conlleva una responsabilidad con los míos y con aquellos que aún no nacen, pero también sé que si no lo hago no existirá la manera de llevar lo que veo, lo que escucho, lo que siento, lo que soy, a un espacio diferente. También, al hacerlo, rompo la dura barrera del calendario. Al escribir puedo extender mis pensamientos más allá de mi existencia, puedo dejar un legado a los que vendrán; puedo, con la punta de mi pluma, acariciar la eternidad.

Semana de perros.

De esas veces que no sé si reír o llorar.

En mi mente sigue fresco el recuerdo de las fiestas de fin de año, aún está vigente mi renovada lista de propósitos y ya estoy disfrutando de días confusos. Mis ideas están revueltas gracias a unas noticias que, al verlas a la distancia, podrían ser chuscas pero no lo son.

He llegado a pensar que estamos inmersos en una especie de voluntad colectiva para olvidar los graves problemas que tiene nuestro país. Creamos una alucinante novela (cómica o de terror, el asunto es tan raro que no lo puedo definir bien) gracias unos cuantos perros de mi ciudad. Colocamos en la canina historia todo lo que el realismo mágico hubiera podido imaginar: un cerro urbano, cadáveres, perros detenidos, sus fotografías en las primeras planas, manifestaciones populares, movimientos en redes sociales, declaraciones del jefe de gobierno de una de las mayores ciudades del mundo, clemencia y perdón para los supuestos asesinos, búsqueda de nobles y caritativas almas que los adopten y una magnífica burocracia pidiendo más requisitos para adoptarlos que para obtener un crédito; en fin, varios días de noticias con lo mejor de la imaginación mexicana. Yo me quedo con una pregunta: ¿Y… ?

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Pido perdón a los familiares de las personas que fueron encontradas muertas y a los que aman a los animales, pero esto es algo que va más allá de mi comprensión. Los periódicos de estos días tienen las bases para escribir un sorprendente e imaginativo relato o aún mejor, para el argumento de una película inolvidable. La realidad es que, gracias a unos cuantos perros, enviamos al cajón del olvido, por unos días, algunos de los graves problemas de México: los millones de mexicanos que aún se encuentran en la pobreza extrema (15 millones, es un dato actualizado esta semana y que posiblemente nadie vio), la situación del crimen en nuestro país (¿siguen los muertos, las ejecuciones, las amenazas, el miedo?), la grave crisis económica en las finanzas de varios estados, municipios, de muchas personas y muchas otras cuestiones que deberían llamar nuestra atención. En otras palabras, existe una actitud de negar nuestros problemas, no queremos pensar en lo que realmente importa.

Hoy son unos perros, ayer fue el accidente de avión en donde viajaba una cantante, mañana será aquello que tenga la capacidad de mover el sentimiento fácil y no la reflexión. Estoy casi seguro que no es una característica única de México, otras sociedades también tienen sus maneras e historias para no ver sus problemas, pero me interesa más lo que sucede en mi país. Estamos acostumbrados a no pensar, a no cuestionar, a aceptar lo que sucede con cierto grado de resignación. Inclusive habrá quién acepte esta idea solamente porque está escrita en este texto, sin hacer algún comentario. No estamos acostumbrados a debatir. Generalmente nuestras discusiones las gana el más agresivo, el que grita con más fuerza o, lo que es peor, el más chistoso. En nuestro país rara es la vez que una persona gana por argumentos sólidos, por tener la mejor idea, esa que hace ganar a todos. Veamos la actuación de algunos de nuestros políticos, de varios empresarios y líderes; pocos son los que buscan el bien común, una solución únicamente es válida si se obtiene un beneficio personal. Inclusive para resolver el problema de varios perros tuvimos que recurrir a manifestaciones, declaraciones ilógicas y soluciones que no funcionan.

En el pequeño universo que nos rodea, con nuestros amigos, familiares, alumnos, compañeros de trabajo, intentemos cambiar nuestra manera de discutir. No usemos la fuerza sino argumentos sólidos, claridad y respeto. Tenemos que aprender a escuchar y a reconocer si nuestras ideas están equivocadas. Debemos tomar decisiones que sean adecuadas para todos y no con el fin único de obtener una egoísta ganancia. México necesita debates inteligentes en todos los niveles, con mentes abiertas para encontrar las soluciones a sus graves problemas y, de esta manera, poder encaminarse hacia el verdadero desarrollo. Recuerden: aquí viven millones de pobres, ellos nos necesitan mucho más que unos cuantos perros.

¿ El fin del mundo ?

Llega una nueva fecha para el fin del mundo y veo el rostro de incredulidad de mis amigos. Nadie toma este asunto en serio, surgen bromas y chistes en las redes sociales y entiendo sus razones. A lo largo de la historia se ha roto este sueño tantas veces que perdimos la esperanza de que sea una realidad, no existe la certidumbre de que ahora sí ocurrirá. Deambula en el ambiente un completo escepticismo de un evento que, en caso de acontecer, podría tener cierta importancia para nosotros.

En nuestros genes existe algo que siempre nos hace pensar en este tema. Parecería que somos incapaces de gozar nuestro presente. Cuando lo comenzamos a disfrutar, la falta de angustia nos inquieta y, para no perderla, inventamos algo que sea catastrófico. La posibilidad de que nuestra novia quede embarazada o perder el trabajo o una auditoría fiscal, por ejemplo, no tienen la suficiente carga emocional, son cosas temporales y pasajeras. Debemos encontrar aquello que pueda generar un real, profundo y duradero temor. Que mejor manera de hacerlo que destruir, no solamente nuestra vida –no vale la pena ser egoísta aquí—, sino todo el mundo. Eso sí es algo que nos ofrece la ansiedad que requerimos y, además, no tiene una fácil solución. Es la medicina ideal para nuestra falta de angustia.

Con esta respuesta en mente, los seres humanos creamos un sinfín de epílogos para nuestra existencia. Los aztecas han terminado cuatro veces, no solo el mundo, también incluyeron al Sol y dijeron que vendrá la quinta destrucción con movimientos de tierra de un soberbio nivel. En el hinduismo existen ciclos de creación y destrucción, por lo que, para ellos, también este mundo ha terminado y comenzado en repetidas ocasiones. Noé, al principio de los tiempos bíblicos, fue testigo de otro intento divino por finiquitar la humanidad; él, sin dotes de marinero, construyó un barcote y pudo atracar en la cima de un cerro, salvándose junto con un montón de animales (entre ellos seguramente algunos diputados). La Biblia termina con un texto de San Juan Evangelista que nos explica con amplios y nebulosos detalles este apocalíptico evento. En diversas épocas han surgido personas ilustradas que describieron nuestro final y no solo eso, sino que se arriesgaron a dar el dato exacto de cuándo sería la última fecha del calendario; ninguno acertó. En 1910 las personas pensaron que el cometa Halley terminaría con la Tierra. Los Testigos de Jehová han predicho en varias ocasiones la fecha del final del mundo y tampoco han atinado. Ahora, expertos nos dicen que los mayas vaticinaron el término de la humanidad para este fin de año, aunque existe la posibilidad de que simplemente se cansaron de seguir colocando fechas en su calendario.

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Foto por Liliane Mendoza Secco

¿Cómo será el fin del mundo? La mitología cinematográfica agotó casi todas los métodos para acabar con nuestra época: asteroides que golpean la tierra, invasiones extraterrestres, epidemias, virus mortales creados por el hombre, ataques de zombies, alteración del eje de rotación de la Tierra, terremotos, inundaciones, cambios drásticos del clima, guerras nucleares, guerras contra máquinas, catástrofes volcánicas y lo que falte, porque no he visto todas las películas del tema. Nos divierte, emociona y hasta parecería que deseamos vivir un fenómeno apocalíptico. El resultado es que estamos agotando los métodos para exterminarnos; a este paso, ¿hará Dios un vulgar plagio de algo ya visto en una pantalla de cine?, no lo creo, estoy seguro que Él no me va a decepcionar; algo nuevo y espectacular se le ocurrirá para esa memorable fecha. Así que, vuelvo a preguntar, ¿cómo será? Algunas ideas vienen a mi mente: caerán del cielo avalanchas de libros de autoayuda, música ensordecedora e interminable de Arjona destruirá cada átomo del planeta, el sexo dejará de ser agradable y, por ende, habrá suicidios en masa. Todo cabe en la imaginación de cada persona, cada uno tiene la suficiente capacidad de inventar (o plagiar) su propio final.

Tal vez todo este asunto es el reconocimiento de nuestra incapacidad para reparar lo que hacemos mal desde que el primer hombre caminó por la Tierra. Esperamos y deseamos ese borrón y cuenta nueva porque hacerlo es más fácil que intentar arreglar lo que somos. Pensamos que seguramente caeremos en los mismos errores y por eso sentimos que no vale la pena hacer algo más que aguardar.

Sería preferible, en lugar de esperar sentados la destrucción de nuestra civilización, intentar cambiar ese pequeño universo que está cerca de nosotros. Actuar con valor ético, con honestidad, con todos, todos los días, hará que llegue el final de este caótico tiempo. Podemos dejar de seguir inventando “el fin del mundo” si logramos que la angustia que nos falta sea generada por la responsabilidad de promover valores, por hacer cosas trascendentes, por dejar en la Tierra las huellas del verdadero sentido de humanidad. Tenemos que dejar de esperar, olvidarnos de todas las profecías y dedicarnos a ser mejores personas

¡Frena, frena!

                    Andamos como andamos porque somos como somos                  Filósofo de Güemez

En México tenemos elementos que de una u otra manera son parte de nuestra cultura: el tequila, nuestra comida, el mariachi. Ayudan a definir nuestra nación porque las sentimos nuestras. “Es más mexicano que el mole” solemos decir cuando queremos expresar ese sentido de identidad.

Pero hay una cosa más que también nos identifica y que, por estar tan presente en nuestra vida, hemos dejado de ver. Es una especie de hongo que se reproduce de manera casi espontánea, al grado que no me sorprende cuando, en la mañana, de la nada, aparece uno en mi camino. Es el tope, esa pequeña elevación en el asfalto -a veces no tan pequeña- que sirve para reducir la velocidad del auto.

Puede parecer fuera de lugar dedicar este texto a ese pequeño artilugio, pero vale la pena hablar de ello. No podemos negar que es común encontrar en las calles de la ciudad de México hasta seis topes en un tramo menor a 100 metros de largo. Y no es un caso raro, se repite por todo el país. Existen topes en carreteras, en calles empedradas, en vías rápidas; no me extrañaría encontrar un tope en una calle peatonal o en una pista del aeropuerto. ¿Qué estamos haciendo mal?

Foto de Mike Torst

El tope es un símbolo perfecto de algo que ha impedido a México progresar al ritmo que requiere. Es una muestra silenciosa y permanente de nuestra incapacidad para vivir en sociedad: no cumplimos ni hacemos cumplir los reglamentos –en este caso el de tránsito-, no mostramos respeto hacia los demás, tenemos poca imaginación para resolver problemas de manera eficiente. Si en una calle atropellan a un peatón, en poco tiempo aparecerá un tope en ese lugar con la esperanza de evitar una nueva tragedia. Y si acontece otro accidente en la misma calle, a diez metros del tope original, la solución será colocar ahí un tope más. Hemos llegado al punto de tener topes en cruceros con semáforos porque sabemos que nadie respeta la señal de la luz roja.

Existen topes de diferentes tamaños, colores, materiales y sabores, todo depende de la imaginación y recursos disponibles en el momento en el que se colocan. Es interesante que, siendo un objeto tan común en las calles, en la Ciudad de México apenas se discute la realización de una norma técnica para regular este artefacto (Nota en El Universal).  Es otra muestra de la manera como funcionamos en México, hacemos las cosas “al aventón”, por eso nos cuesta trabajo normar de manera clara y precisa algo tan simple como un tope.

Esto no sería tan grave si los topes existieran solamente en las calles. Pero analizando el tema con calma, encontramos que somos expertos en colocar topes donde se necesita agilizar el desarrollo de nuestro país. Existen topes en nuestras leyes y reglamentos, en la actitud de los políticos para cambiarlas, en trámites de todo tipo sin importar si son del gobierno o de una empresa privada. Todos los días enfrentamos situaciones en las que encontramos topes. No es raro que al pedir un servicio escuchemos: ¡Uy! ‘tá difícil, a ver qué se puede hacer. La gran profundidad que encierra esta frase es lo más triste, indica que siempre esperamos el tope, que tenemos una natural disposición para frenarnos. Nunca podemos mantener la velocidad de manera que la marcha sea continua y sin problemas. El freno es el pedal que más se utiliza en México.

En el Diccionario de la Real Academia Española encontré que dentro de las definiciones de tope están: tropiezo, estorbo, impedimento, punto donde estriba o de que pende la dificultad de algo. Eso es lo que sucede, tenemos tropiezos, impedimentos para avanzar que nosotros mismos hemos colocado y que no nos sorprenden. Sentimos que los topes son algo natural, consideramos que ahí deben estar, hasta los esperamos. Pero no es lo ideal, debemos luchar por tener un país sin topes, un país en donde la norma sea que las cosas avancen con agilidad.

No busquemos razones de la falta de desarrollo más allá de nuestras fronteras. La causa de nuestro atraso la hemos creado nosotros. Siempre construimos topes para todo, en cualquier lugar. El principal tope es el que está dentro de nuestra mente, no lo vemos, no lo notamos, pero ahí está. Por lo tanto, la solución estriba en demoler ese tope individual, en cambiar nuestra actitud. Es necesario para acelerar el desarrollo que tanta falta hace en México. Si no lo hacemos seguiremos criticando a nuestros dirigentes y continuaremos buscando culpables en todos lados, pero los topes seguirán existiendo en nuestro país.

“Feministas”

“Me causa conflicto” -como dice mi hija-  la actitud de ciertas mujeres que dicen ser  feministas,  viven gritando a los cuatro vientos que el mundo las debe tratar con respeto y dignidad. Hasta ahí esas voces no tienen nada de malo, su expresión es completamente justa. Pero considero que muchas de las acciones feministas, en lugar de fomentar la igualdad entre mujeres y hombres, sólo logran acentuar las diferencias de género. Parece que su motivación más que evitar la discriminación, es un deseo de venganza, quieren cobrar hoy todas las facturas acumuladas por siglos de maltrato a la mujer; lo cual es imposible -no existe cuenta que aguante ese cobro – y esta imposibilidad hace que su voz se convierta en un  grito de rencor. No desean la igualdad, quieren un trato tan preferencial que rompe el propósito de lograr un equilibrio entre géneros y colocan las semillas para que la injusticia se acentúe. Es un tipo de lucha que lleva a seguir dando puñetazos, una pelea que nunca terminará ya que el rival siempre estará buscando regresar el golpe. Ellas, las feministas de las que estoy escribiendo, están haciendo fracasar su objetivo, quieren ser las vencedoras cuando en realidad no debe haber ganadores ni perdedores, debemos ganar todos. Se olvida que la justicia debe ser universal,  no exclusivamente para las mujeres (o para los  hombres) .

A veces ese intenso deseo de demostrar que ellas, en todo, son mejores que los hombres hace que sus actos contradigan su idea. Muchas veces, esta contradicción es muy sutil, difícil de observar;  pero está ahí. Aquí tienen un ejemplo: Una amiga colocó el lunes pasado en su  muro de Facebook una felicitación a Josefina Vázquez Mota por su triunfo en la elección interna del PAN. Un comentario para esa publicación – hecho por otra amiga –  decía que, si todas las mujeres de México votaran por ella, Josefina seguramente sería la ganadora de la próxima elección presidencial.

Esa actitud, la de votar por una mujer por ese hecho únicamente, denigra a las mujeres, es igual a la idea de votar por alguien sólo porque es guapo y elegante, o porque “habla bonito”. Es una idea que en el fondo dice que las mujeres son tan tontas que su capacidad de analizar el voto es limitada, que deciden sólo por una cuestión de género y no pueden ver más allá. Las mujeres son mucho más listas que eso, muchísimo más; su voto será razonado – al contrario de muchos votos machistas– y elegirán de acuerdo a sus intereses personales. No existirá un voto femenino masivo por Josefina, cada mujer en este país tomará su decisión libremente, y por lo mismo, habrá diferencias. El voto femenino será, en la mayoría de los casos, inteligente, lleno de esperanza para poder ofrecer a sus hijos un mejor futuro.

Debemos hacer que México sea un país justo, con igualdad de oportunidades para todos y no un lugar en donde el trato preferencial por género –no importa si es para mujeres u hombres- sea lo que defina quién debe ocupar una posición determinada. Para tener un país que avance, para lograr que México se desarrolle a tal grado que se pueda abatir la pobreza y la injusticia, debemos tener en cada puesto (presidente, senadores, diputados, directores de empresas, empleados, profesores, estudiantes, etc.) al más preparado, al mejor para esa posición.  Ser el mejor no tiene nada que ver con su  género, sino con su capacidad humana, moral, académica, laboral, adquirida a lo largo de la vida.

Foto por Liliane Mendoza Secco

Empecemos hoy, preparémonos para ser los mejores en donde estamos, no importa si somos mujeres u hombres, eso es secundario. Nuestro país más que una lucha feminista, necesita una ardua lucha contra la pobreza, la injusticia, la inseguridad; que se pelea con las armas del trabajo, estudio y con muchos valores.

Propósitos de año nuevo…

Estrenamos calendario, empezamos un nuevo año y en realidad no cambia nada. Aún no sabemos con exactitud el número de muertos en esta llamada “guerra contra el crimen”,  nuestros “precandidatos” a la presidencia siguen jugando a Pinocho –veremos a quién le crece más la nariz-, las redes sociales manifiestan la indignación de las personas hacia mexicanos ejemplares (Sacal y El Platanito) y no veo cómo el Cruz Azul pueda ser campeón este año.

Queremos aprovechar el cambio de año para intentar corregir las cosas que no hacemos bien. Olvidamos que nuestro calendario es solamente una manera convencional de organizar el tiempo. Un buen día tomamos como punto de partida un suceso del cual no sabemos su fecha exacta pero acordamos que sería el 25 de diciembre de cierto año  y  fue el inicio de la cuenta. ¿Por qué no celebrar el año nuevo el 25 de diciembre, si ahí empezamos la numeración de los siglos? No lo sé, pero creo que es porque así somos, tenemos una parte irracional que se niega a morir.

De regreso al tema, abrir la nueva agenda nos lleva a reflexionar en lo que estamos haciendo y sobre todo, en cómo lo estamos haciendo. Un balance de cuentas, en donde el saldo, si es negativo – generalmente es así – lo queremos “ajustar” con una lista de actividades a realizar a partir del 1 de enero: propósitos de año nuevo, dicen los enterados de este asunto.  Es interesante, esta lista es muy parecida de persona a persona; aquí les escribo los ejemplos más comunes:

  • Bajar de peso
  • Hacer ejercicio
  • Leer más libros (en el caso de algunos políticos al menos leer tres)
  • Dejar de fumar
  • Pagar deudas añejas
  • Ser puntual
  • Llegar más temprano a casa
  • Convivir más tiempo con mi familia
  • No pelearme por tarugadas con los compañeros de trabajo
  • Ser más ordenado con mis cosas (clóset, cajones, escritorio, etc.)
  • Tolerar a mi amigo que le va al América
Foto: Liliane Mendoza Secco

La lista puede ser pequeña o grande, pero casi siempre es convencional. La mayoría de las personas que hacen su lista de propósitos podrían desempolvar la del año pasado y volverla a escribir. Esto no es tan malo como podría parecer, es un buen intento para mejorar como persona.

Tiremos a la basura esa lista, de todas maneras pasará al cajón del olvido en los primeros días de febrero. Aprovechemos que el calendario es solamente una casual referencia del tiempo, cada día puede ser el inicio de un nuevo año.  Es mejor disfrutar y vivir cada día, abrir los ojos y ver todos los colores que el mundo nos ofrece. Después de todo,  pienso que sonreír es más importante que angustiarnos por una simple lista.

Una acción por México

Muchos estamos de acuerdo en que nuestro país no está bien. Lo vemos todos los días en los noticieros, periódicos, revistas y en las redes sociales; están llenos de mensajes de las cosas negativas que suceden en México: narcotráfico, asesinatos, corrupción, malos políticos, mediocridad en todos los sentidos. Yo mismo he contribuido, en pequeña escala, a aumentar ese ambiente pesimista por medio de una serie de mensajes en Internet que solo expresan molestia  por lo que sucede a mi alrededor.

Ahora pienso que es una lástima que solo actúe de esa manera cuando  puedo y quiero hacer algo más que únicamente quejarme. Ese uno de los  problemas de fondo en México: solamente nos quejamos y no nos exigimos. Nos limitamos a señalar lo que está mal y queremos que otros vengan a resolver nuestros problemas. Así no saldremos adelante. Es muy difícil para nosotros aceptar las críticas, es más fácil indicar las fallas ajenas; pero por ahí debemos empezar, aceptar que mucho de lo que hacemos mal es nuestra responsabilidad y no culpa de nuestros gobernantes. Es raro escuchar, en este mar de malas noticias, ideas para trabajar bien o para ser mejores ciudadanos. Sin embargo, reconozco que en México también existe gente que hace cosas positivas todos los días y con sus acciones y resultados concretos, logra mejorías para nuestro país. Pero hace falta un mayor esfuerzo, la situación que vivimos es complicada y requiere que todos empujemos para cambiar nuestro futuro.

Se ha escrito que los mexicanos tenemos una seria falta de visión para el bien común, que nuestro egoísmo se antepone al desarrollo de México. Pero yo creo que esa falta de visión de bien común no debe ser un obstáculo para el progreso de nuestro país; estoy convencido de que las acciones individuales pueden ayudar a enderezar el camino. Es hora de tomar acción, con sentido de urgencia, si queremos que México sea mejor.  La opción es de cada uno de nosotros. ¿Qué puedo hacer para ayudar a México? ¿Cómo lo hago?

foto: Liliane Mendoza Secco

Desde este espacio propongo iniciar una campaña: Una acción por México. Hoy haré algo, una acción en mi entorno, no importa si es pequeña o grande, haciéndola lo mejor que pueda y con actitud positiva. Que no sea solo una buena intención, sino hacer cada día una acción diferente: ayudar a algún compañero de trabajo, no tirar basura en la calle, saludar a mis vecinos, no abusar de un cliente, ser cordial en el tráfico, por mencionar ejemplos. Y todos los días continuar las acciones de los días anteriores, más la nueva del día de hoy. Estoy seguro de que sumando acciones diferentes a lo largo del tiempo y reuniendo personas que se sumen a este esfuerzo, se logrará un cambio en México. Es una buena manera de construir, o mejor dicho, reconstruir nuestro país. Se requiere el conjunto de muchas voluntades y acciones, pero sé que si nos unimos y difundimos esta idea,  podemos lograr mucho más de lo que imaginamos. Esta es una campaña que requiere de un esfuerzo individual, pero en donde todos, de manera consciente,  podemos hacer algo por México.

No importa en dónde estemos, dónde trabajemos o estudiemos, todos tenemos la capacidad de hacer pequeñas acciones que sumadas logren hacer que nuestro país sea cada día mejor.

Una acción por México. Yo comienzo hoy. Tú ¿cuándo empiezas?

Cuidemos nuestro idioma.

¿Pueden leer esto?:  Xfa = xFB o x BBmsg

Sí, soy ingeniero pero esto no es una ecuación. Es un texto y significa:  Por favor, es igual por Facebook o por Blackberry Messenger.

Este artículo tiene que ver con los mensajes que leo todos los días, tiene que ver con la escritura. La escritura tiene un uso tan común en nuestra vida que es fácil olvidar que se trata de uno de los pilares de nuestra cultura y posiblemente ese olvido sea una de las causas del alto grado de descuido con el que escribimos.

Este  descuido lo corroboro cada vez que leo los mensajes que llegan a mi cuenta de Twitter, a mi correo electrónico y a otros medios electrónicos que tengo para comunicarme. En muchos de ellos encuentro una gran cantidad de faltas de ortografía y errores de redacción. Tal vez piensen que exagero, pero vean lo que leí en Twitter:

sta mbna pro lo q noc es pq la sgte tnia k ser =!!!!

Les aseguro que no lo inventé. Cuando  vi ese texto me di cuenta de que algo anda mal en el uso del español. Llegué a la conclusión de que esas faltas se pueden agrupar en dos grandes grupos: las que se originan por un desconocimiento absoluto de las reglas básica de la Lengua Española y las que son causadas por querer escribir los mensajes de una manera más condensada, sea por flojera o por un intento de evitar un prematuro desgaste del teclado de la computadora o del teléfono.

Las fallas del primer grupo se pueden remediar con un poco de disciplina personal.   Es cuestión de tiempo y de leer más para recordar lo aprendido en la escuela primaria. Sin embargo, la triste realidad es que existen profesionistas que llegan a escribir en un grado vergonzoso, tanto en ortografía como en redacción básica. Recuerdo tiempo atrás, siendo profesor de la carrera de Ingeniería Civil, que mientras revisaba el examen escrito de un alumno conté más de treinta faltas de ortografía en una sola página, incluyendo una en su nombre. Cuando le entregué su examen y su calificación – reprobado – el joven trató de que yo cambiara su nota, alegando que era una prueba de conocimientos técnicos y no del idioma español. Mi respuesta fue que un ingeniero civil con esa falta de preparación básica era una deshonra para nuestra profesión.

Creo que este alumno, como muchos otros, nunca entendió el mensaje, porque yo sigo recibiendo correos de licenciados, ingenieros, doctores y demás profesionistas en los que abundan groseros errores ortográficos. Otros que recibo tienen una redacción tan pobre, como aquellos sin un solo signo de puntuación, que me han llevado a pedir aclaraciones al autor para poder entender sin confusión el mensaje del texto. Esto me hace pensar que muchos “profesionales”, además de no saber escribir bien, tampoco leen; porque una pequeña dosis  de lectura diaria tiene el efecto secundario de ayudar a escribir mejor.

El segundo grupo – los mensajes con textos “abreviados” – son un problema más profundo, porque está deformando el idioma de una manera, digamos, un poco bárbara. Ejemplos: “ke” (que),  “q” (que), “pq” (porque), “tmbn” (también), “cmo” (cómo), “bno” (bueno), y una larga lista. Otro error muy común es el mal uso de los signos de interrogación y exclamación. Se elimina el signo que abre la oración escribiendo  solamente el que cierra, como en el idioma inglés. La Real Academia Española es muy clara al respecto: A diferencia de lo que ocurre en otras lenguas, los signos de interrogación y exclamación son signos dobles en español, como los paréntesis o los corchetes. Por tanto, es incorrecto prescindir del signo de apertura en los enunciados interrogativos o exclamativos.

Yo también tengo fallas en ortografía y redacción. Soy de los primeros pecadores en esa lista. No estoy libre de culpa y he recibido varias pedradas por ello; pero desde aquí no quiero lanzar una piedra sino una esperanza. Espero que mis tres lectores me ayuden a cuidar nuestra lengua. En la medida de nuestras posibilidades tratemos de hacer un buen uso de nuestro idioma en todos los textos que elaboremos, no importa si es un pequeño mensaje de telefonía celular o un reporte de trabajo.¿Es tan difícil escribir bien el idioma español? No lo creo. Lo difícil es frenar la pereza física y mental que lentamente ha comenzado a deformar nuestro idioma. Porque creo que el problema en el fondo es ese: la flojera. Despertemos. ¿Me ayudan?

La tecnología, ¿ayuda al ser humano?

El desarrollo tecnológico que nos rodea, ¿realmente está ayudando a que seamos mejores seres humanos? Es claro que en ciertos aspectos si hemos logrado ser mejores. Basta ver  no solamente los avances sino también la velocidad con la que avanzan áreas como la medicina, física, química, ingeniería e incluso algunas artes u oficios; sin embargo  yo no estoy tan seguro de que esa ayuda sea real.

Actualmente,  gracias a las computadoras, los empleados pueden desarrollar mejor y más rápidamente su trabajo en las empresas, pero esto no significa que tengan un mejor salario, o que al hacer lo mismo en menos tiempo puedan disponer de más tiempo libre para dedicarlo a sus familias, a sus pasatiempos o, al menos, a sus amantes. Lo que ha pasado es que gracias a la reingeniería (palabra moderna cuyo real significado es: ¡Peligro, te pueden correr de la chamba!), ahora una persona tiene que hacer el trabajo de dos o de tres, sin que signifique recibir esos dos o tres salarios. La productividad que tenemos actualmente es una versión mejorada de las escenas de la película Tiempos Modernos de Chaplin, en donde la llave para apretar tornillos se ha transformado en la Blackberry que cargamos todos los días. Grillete moderno que muestra cómo la ambición y la competencia desmedida continúan esclavizando al ser humano.

El apoyo tecnológico, materializado en  computadoras, comunicaciones, sistemas de información,  ha logrado que una persona pueda hacer perfectamente bien el trabajo que hace veinte años hacían varias, pero el nivel de angustia y de estrés es mucho mayor porque la responsabilidad compartida entre esas varias personas ahora se concentra solamente en una. Los sistemas de comunicación (telefonía celular, Internet) han logrado que el sueño de muchos dueños de haciendas del siglo XIX se haya hecho realidad. Hoy la jornada de trabajo es tiempo completo, pero verdaderamente completo: catorce horas diarias los siete días de la semana, sobre todo en altos niveles de las empresas. Se exige un trabajo más complejo y más rápido, sin que eso signifique que el resultado final, para la empresa o para el trabajador,  sea mejor. Las personas tienen menos tiempo para atender a sus hijos, a sus familias, a sus amigos; hoy es mucho más importante contestar un correo electrónico que atender la inquietud de un buen amigo.

No quiero decir que estoy en contra de la tecnología, al contrario, soy un firme convencido de que es uno de los caminos más rápidos para lograr un mejor planeta para todos. Pero de nada sirve poder comunicarnos con todo el mundo en un instante gracias al Internet si no obtenemos una mayor comprensión de lo que es el hombre. La Tecnología por sí misma no es la panacea; tenemos que lograr tener un grado de avance similar en otras áreas del entendimiento humano si queremos lograr un completo desarrollo. La Política, la Economía, la Moral, la Ética y otras ciencias humanísticas  están siendo rebasadas por la ambición de hacer más, de tener más; es importante darnos cuenta que solo volviendo a enfocar el desarrollo en el interior de las personas podremos aprovechar a plenitud todo lo que la tecnología nos ofrece.

Con un buen sueldo puedo comprar una consola de juegos o una nueva computadora, pero no existe manera de que pueda comprar una verdadera amistad.