Creamos y moldeamos nuestra historia en cada acción que hacemos o dejamos de hacer. Nadie escapa a ello, de una u otra manera todos estamos en esa causalidad, desde un gobierno que decide pelear por lo que considera justo, hasta la mano que sostiene el arma en una calle olvidada de la frontera. Pero existen otras personas que no solamente actúan, sino que, además de ser testigos, ofrecen un testimonio crítico de lo que observan. Entre esas personas están, por ejemplo, los pintores, escultores, cineastas, músicos, científicos, etc. Y también existe un ser humano especial, aquel que utiliza la hoja en blanco como lienzo y el lenguaje como un pincel para plasmar lo que vive, lo que piensa, lo que siente; ese ser que, por medio de las palabras, hace ver los reflejos de su tiempo. Esa persona es el escritor.
“Somos lo que leemos”, dice la trillada frase, pero también somos lo que escribimos. En esta época tenemos la posibilidad de preservar el testimonio visual de casi todo lo que sucede, la manera en que se maneja la información hace que ésta sea muy amplia y fácil acceso. Es por ello que el escritor no puede tener el único rol de ser un simple narrador, hoy ese papel lo han tomado los medios electrónicos visuales. Ahora él debe buscar generar en sus lectores un sentimiento que los mueva a reflexionar, a ejercer el pensamiento crítico de lo que acontece y más importante aún: a pensar y conocer las verdaderas razones por las cuales suceden las cosas. El escritor no debe narrar solamente lo que observa de una manera plana, sin compromiso. Debe ser capaz de mostrar las aristas de lo que está oculto y aquellas que son tan obvias que hoy somos incapaces de observar.
Cada crónica, reportaje, crítica, novela, relato, poema; tiene una parte de la historia que se vive, es nuestra herencia hacia el futuro. Los aciertos, errores, alegrías, angustias, anhelos, frustraciones; todo está contenido en esos fuertes tejidos hilados con palabras. Las frases en un papel o en una memoria virtual llevan las ideas del escritor y las nuestras a través del tiempo y por eso nos hacen ser, en cierta manera, inmortales. Hoy ellos escriben desde nuestra temporal perspectiva y comunican las reflexiones que se generan en ese particular punto de vista. Mañana, gracias a los escritores, otros leerán lo que hicimos, sentimos y pensamos, aquello que pudimos o no aprender. Nos juzgarán por los males que les heredamos y podrán saber o deducir las razones por las cuales hicimos esas acciones. Por eso los escritores son importantes. Una idea escrita no es el grito que se pierde, que se apaga en un corto tiempo, no es el golpe aislado cuyo dolor dura un momento. Los textos permanecen, no se olvidan, no desaparecen; pueden permanecer callados, ocultos, pero siempre están y siempre habrá alguien que los encuentre y los haga renacer cada vez que se leen.
Todos los que toman una pluma y una hoja deben ser conscientes que esa sencilla actividad puede determinar cómo seremos vistos en el futuro. Es cierto, los malos textos tienen la alta probabilidad de olvidarse o desaparecer, pero es una probabilidad. La certeza del futuro no la tenemos, por lo tanto, no sabemos que piezas de nuestra época van a llegar a nuestros descendientes. Es una responsabilidad que no puede ser descartada, aunque tampoco debe intimidar a aquel que, utilizando la escritura, quiere expresar lo que siente. Para los que tienen esa necesidad, el primer paso es hacerlo, es tomar la pluma y escribir. El segundo paso es largo y circular, es el continuo aprendizaje (ese que nunca termina), aprendizaje que está cimentado en el hábito de la lectura. Y escribir, escribir sin olvidar nunca que el escritor debe buscar la honestidad en sus frases, la congruencia en el texto, el respeto al lenguaje y el arte en la palabra.
En lo personal me considero demasiado ignorante para escribir ensayos; demasiado vulgar para ser buen crítico; demasiado ácido para hacer bellos poemas. Solamente me queda observar, escuchar, pensar y narrar; narrar lo que veo, lo que pienso, lo que sueño. Espero que la vida me dé tiempo para escribir historias, las mías y las ajenas, para que no se extravíen en el tiempo. Es posible que un día encuentren un lector que, si bien es posible que no las aprecie, al menos brillarán en su mente por un instante. Estoy consciente que hacer esto conlleva una responsabilidad con los míos y con aquellos que aún no nacen, pero también sé que si no lo hago no existirá la manera de llevar lo que veo, lo que escucho, lo que siento, lo que soy, a un espacio diferente. También, al hacerlo, rompo la dura barrera del calendario. Al escribir puedo extender mis pensamientos más allá de mi existencia, puedo dejar un legado a los que vendrán; puedo, con la punta de mi pluma, acariciar la eternidad.
Y si! Emilio escribimos al principio por el gusto de hacerlo, después por la necesidad de hacerlo, porque simplemente no puedes quedarte con esto hay que compartirlo, como lo haces tú. Abrazos!!!