Matar a saudade

Días de ausencias,
tiempo de recuerdos;
escribir para nada,
leer libros ancianos
y encontrar las mismas palabras.

Intentar no morir,
saber que es imposible.

Matar a saudade
de tomar un café sin miedo,
caminar entre piedras
para escuchar idiomas lejanos
y ver rostros completos.

Intentar vivir el día
sin saber cómo será la noche.

Días de muertes sin sentido,
funerales solitarios
y cercanos silencios;
días de matar a saudade
y abrazar a un extraño.


Mi esquina


Viejo cruce de calles cansadas
de tanto, tanto esperar
al niño que en días lejanos
con el ruido de su esquina
escribía viejas leyendas ,
hoy sus dioses han muerto
y solitario camina sin alma.
 
Se fueron en la alcantarilla
pedazos de añejas historias,
juegos de fantasmas,
tragos en un carro,
algunas despedidas,
besos escondidos en la noche,
el asalto a un extraño.
 
Mis pasos regresan
iluminan sus aceras;  
es un breve destello,
recuerdo sin huellas
se desliza en el silencio
como la sombra del gato
que recorre mi vieja esquina.


 

Círculo nocturno

 Dormir es un acto
                              extraño,
 
prueba de fe
en cualquier cosa
que guarda el alba,
                               ceder
inerme en la noche.
 
¿Morir sin despertar?
                         Solo dormir  
sin pensar para quebrar
el círculo nocturno
de temores ignorados,
                               esperar.
 
Un rastro de confianza,
                         el amanecer.


       

Propósito

Relato de mi libro Huella de Intervalos

El entusiasmo causado por la llegada del año nuevo se extinguió rápidamente. Después de todo, sólo era otro más y no por ello una nueva vida. Nada cambia, incluso cada mañana comienza como cualquiera: mi acostumbrada lucha por salir de la cama. El feroz ataque del despertador siempre ha sido más fuerte que el débil muro de mis cobijas. Es mi Waterloo diario, no importa si es enero, este nuevo año no me regaló la fortaleza necesaria para ganar esa batalla. Todo sigue igual.

Mientras desayunaba, después de reponerme de la acostumbrada derrota, observaba la fotografía correspondiente a enero en mi calendario. Lo había colocado en una pared la tarde anterior, me demoré en  hacerlo, pues ya habían pasado varios días desde el comienzo del mes. No fue el mejor que pude encontrar, aunque la verdad no sabía con exactitud qué era lo que quería. Después de un tiempo de buscar en algunas tiendas, opté por usar uno que me regalaron en Navidad. Tenía en cada mes la foto de un paisaje, sin texto, cumplía bien la función de indicar los días. Era perfecto debido a la alegre ausencia de sentimientos cursis en sus imágenes.

Fue entonces que tuve un pensamiento medio idiota, otro instante de derrota: decidí que no podía quedar fuera de la hermosa energía de cambio y mejora que todos comparten los primeros días de enero. Tuve una feliz ocurrencia: mi oficina es un monumento al desorden, formidable como mi despertador. Debía ordenarla y deshacerme de un montón de cosas que estaban en mis cajones, tantas que ni siquiera sabía qué es lo que contiene cada uno. No estaba muy convencido de hacerlo, pero era la manera de incorporarme al ambiente de optimismo que rodea el estreno de un calendario y, de esa manera, decretar una victoria en mi vida; “la primera de muchas que yo podría lograr”.

Al llegar a mi oficina me di cuenta de la magnitud de mi decisión. Llevaría varios días terminar esa tarea, sobre todo, porque no podía dejar a un lado mi trabajo. Comencé esa tarde, después de la comida. Debo reconocer que al principio me sentí intranquilo, hurgar en esos lugares es navegar en la dimensión desconocida, uno puede perderse para siempre. Realmente es una tarea para valientes.

El primer cajón que ordené me mostró la verdadera naturaleza del asunto. Encontré lo acostumbrado: papeles inútiles, clips doblados, reglas, tarjetas de presentación de personas desconocidas, plumas que no servían, aspirinas caducas, baterías viejas; y otras cosas nada relevantes: dos chicles Motita de plátano, popotes, una credencial de elector que había perdido, un llavero Cruz Azul Campeón 97.

Los días siguientes fueron similares, cada cajón era un camino sin destino. Aparecieron varias monedas de 10 centavos (al contarlas no llegaban a sumar más de 3 pesos), no supe qué hacer con ellas. Las regresé a su lugar, con el tiempo tal vez tendría una cantidad que valiera la pena gastar. Ahí estaban varias llaves y candados, ninguno correspondía, aquellas no abrían nada y los candados no servían. Además de navajas y curitas, apareció uno de los primeros modelos Blackberry, una cajetilla de cigarros Commander, discos flexibles de 5 1/4, un jabón para gato, un foco fundido, y otras cosas que prefiero no mencionar.

Casi al final de la tarea, encontré un papel doblado, un poco sucio debido al tiempo que había permanecido en el fondo de un cajón. En él, con mi letra, estaba escrito: Lucrecia y un número de teléfono. No era un nombre muy común, sin embargo no podía recordar a nadie que se llamara así. Revisé todas mis redes sociales: Facebook, Twitter, Instagram, los contactos en mi teléfono celular: nadie con ese nombre. Comencé a sentirme un poco nervioso, por algo estaba ahí, debía tener alguna importancia. Me armé de valor, tomé el teléfono y marqué. Me contestó una grabación, dejé mi número, posiblemente algún día recibiría una llamada que aclarara el misterio. Lo último que acomodé fue una libreta con notas de juntas de trabajo, tan vieja que algunas empresas mencionadas ahí ya habían desaparecido. Al leerla por curiosidad, encontré, en la última hoja, una sola anotación con letra desconocida: Jamás llames a Lucrecia.

Nervioso, sin poder remediar la situación, me di cuenta que subir en el tren de la energía positiva del nuevo año no remedió nada. Persisten las derrotas matutinas y ahora, cada vez que suena mi teléfono, no puedo dejar de pensar en esas palabras que, por cierto, tampoco sé quién escribió.

Proyecto Arte y encuentro

Arte y encuentro es un proyecto que, por medio de poesía y fotografía, muestra la evolución de la experiencia estética.

Toma, como hilo conductor, la manera de percibir una pintura en diferentes momentos; desde el primer encuentro, donde el mensaje de un lienzo pasa casi desapercibido, hasta aquel en el que la persona es capaz de establecer un profundo diálogo con una obra de arte.

Los invito a visitar este proyecto, aquí tienen el link:

Visitar Arte y Encuentro

 

 

 

Retorno

 

“—¡Dios mío, qué solos

se quedan los muertos! ”
Gustavo Adolfo Bécquer

 

Noche de muertos, una noche que nunca se pierde, permanece al acecho en el calendario, espera paciente el momento para salir de su escondite. Casi al llegar el ocaso del año se dice que ellos, los que un día se fueron, retornan a convivir con los que aún despiertan cada mañana. Se habla con total veracidad, pero es posible que los testigos no sean confiables, las historias se mezclan, se confunden en la oscuridad y el tiempo se encarga de convertirlas en frases difusas, ideas que también se van al llegar el día.

Aparecen cada año, solamente por unas cuantas horas en la tierra. Vuelven para remover el polvo, buscar sus memorias y hacer que no queden tiradas en el olvido. Una noche es suficiente, en ese pequeño instante ellos recuperan el tiempo que se perdió, lo acomodan en el lugar que le corresponde; o quizá son los vivos los que intentan no perderlo, es igual, de cualquier modo, no serán minutos desperdiciados.

No sabemos si es verdad que regresan esa noche o sólo es un mito, un intento de recuperar algo de las personas que se fueron. Se hace lo posible por creer que vuelven y, con ese breve pensamiento, retirar por un instante el peso de su infinita ausencia. Una noche contradictoria, vertiginosa mezcla de olvido y memoria, intento de llenar el hueco que abrió la nostalgia, encontrar la manera de salir del vacío que dejaron. Se busca la magia y hacer que sean algo más que recuerdos los que disfruten esa noche de la comida en una ofrenda. Parecería que los recuerdos necesitaran alimentarse para tirar la vestimenta de tristeza que los cubre. Durante esas horas la dura realidad queda oculta: las memorias son las que alimentan a los vivos.

Se confunden nuestras sombras con las de ellos. Tal vez es una misma extraña silueta en la penumbra, la del único certero futuro. La oscura imagen que se desliza lo muestra, el futuro que existe es corto, efímero; somos únicamente un intervalo.

Fragmento del relato “Retorno”, de mi libro Huella de Intervalos.

La noche escribió historias

La noche escribió historias olvidadas
que la lluvia dejó en la obscuridad;
amanecer inerte,
a veces tan vacío,
a veces tan ausente.

La acera despierta en frío silencio,
pasos de viejos minutos, sus huellas
dejan grietas en el duro concreto,
a veces tan pesado,
a veces tan longevo.

He visto

He visto gente que rompe versos
como quien rompe un nudo,
ojos que sólo ven palabras huecas
en la noche de los viejos,
encuentros que se olvidan
perdidos entre libros rotos, sus letras
abandonadas en un bosque
de sílabas sin madrugadas.

He visto parques que se quiebran,
ramas tiradas, hojas sin viento,
árboles que piden limosna
en tierra de sequía,
niños que juegan
sobre el frío pavimento sin lluvia,
extrañar la calidez del fango
en la calle de los muertos.

He visto manos que duermen,
calles vacías, personas hipócritas
sembrar halagos con pasos de hielo,
historias muertas en la escarcha
sin escuchar su aliento.

Los he visto,
versos enterrados, sus mortajas
al lado de mi lápida.