Me alimento de dragones ancianos, devoro su fuego apagado: sus ojos, sus colmillos, sus escamas, sus alas, sus garras, sus sueños. Grandeza de días pasados, me nutre su leyenda. Y la eternidad esa eternidad, su eternidad, queda en mí.

Emilio Mendoza de la Fuente
Me alimento de dragones ancianos, devoro su fuego apagado: sus ojos, sus colmillos, sus escamas, sus alas, sus garras, sus sueños. Grandeza de días pasados, me nutre su leyenda. Y la eternidad esa eternidad, su eternidad, queda en mí.
Vagar en un vacío, perder las montañas, bailar con demonios, sacrificar tormentas, asesinar recuerdos, pudrirme en la lluvia, sobornar mi angustia, perder cada noche, dormir sin sueños, soñar con mis restos, despertar en ellos. Buscar mi voz, buscar mi voz; sin gritos, sin susurros, sin lamentos; en silencio, oír mi voz. Sólo escuchar. escuchar, escuchar, escuchar. Oigo mi voz y desafío al viento.
Entre restos torcidos de pecados, en la esquina de un viejo cementerio, un árbol regala su inerte sombra a un poeta cansado. Le quedan algunos segundos, pocos, tras su larga jornada en la nostalgia; fue un caminar en la nada, sin nada, demasiados pasos en el desierto, acaso demasiados. En su rostro un gesto dice todo, no le importó caminar en la estepa; él mantiene su caduca sonrisa, siempre fue suya, siempre. Hoy el viento parece calcinarlo, arroja llamas que rasgan su rostro y un horizonte de larga tortura le retira su sombra. Hoy no le importa nada, ni la nada, tampoco la eternidad del infierno, sabe que lo acompañan sus recuerdos y atorado en su estúpida sonrisa queda inmóvil el tiempo.
En muros blancos
la esperanza sonríe
un largo abrazo
Agua que seduce al viento, vuela entre árboles, rocas; río que entrega su alma en un gran vacío, agua que abraza al cielo sin saber que no existen caricias; amor suicida que cae en riscos, húmeda neblina, lágrimas y ahí la piedra no canta sólo observa en silencio y el agua llora, se lamenta; amor imposible, eterna caída y un ave llega, vuela, alas, dan consuelo; agua que seduce al viento.
Las palabras son hojas muertas, la brisa llega, las levanta, las lleva lejos, ausentes; sin tronco son la nada, sin árbol desaparecen. El tronco es fuerte no por su corteza o savia sino por la tierra; esa tierra pesada, fría, que sepulta la confianza.
Gota en la lluvia cae en la tierra, es la ley de gravedad en su cruel actuar, la memoria perdida, en su inexorable descenso; grava mi ánimo, graba mi tarde, callado la observo; pasajera del viento pierde su levedad en el final del viaje, Gota en la lluvia cae en el olvido, es la ley de gravedad su triste actuar.
A mi hija Liliane
La fría madrugada se iluminó, no fue que amaneciera más temprano; larga, triste, la noche terminó, largo, bello, el sueño comenzó. Diecinueve febreros han pasado, diecinueve inviernos ya sin frío, largos años de travesías sin hastío que tu linda sonrisa ha recorrido. Hermosa completaste nuestra vida, inventaste palabras que faltaban, rompiste por completo el vacío, llenaste con tu luz el vacuo nido. Existimos, navegamos y anhelamos, somos contigo, junto a ti, por ti, diecinueve, el futuro marcado que tendrás, sonriendo, a nuestro lado.