Semana de perros.

De esas veces que no sé si reír o llorar.

En mi mente sigue fresco el recuerdo de las fiestas de fin de año, aún está vigente mi renovada lista de propósitos y ya estoy disfrutando de días confusos. Mis ideas están revueltas gracias a unas noticias que, al verlas a la distancia, podrían ser chuscas pero no lo son.

He llegado a pensar que estamos inmersos en una especie de voluntad colectiva para olvidar los graves problemas que tiene nuestro país. Creamos una alucinante novela (cómica o de terror, el asunto es tan raro que no lo puedo definir bien) gracias unos cuantos perros de mi ciudad. Colocamos en la canina historia todo lo que el realismo mágico hubiera podido imaginar: un cerro urbano, cadáveres, perros detenidos, sus fotografías en las primeras planas, manifestaciones populares, movimientos en redes sociales, declaraciones del jefe de gobierno de una de las mayores ciudades del mundo, clemencia y perdón para los supuestos asesinos, búsqueda de nobles y caritativas almas que los adopten y una magnífica burocracia pidiendo más requisitos para adoptarlos que para obtener un crédito; en fin, varios días de noticias con lo mejor de la imaginación mexicana. Yo me quedo con una pregunta: ¿Y… ?

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Pido perdón a los familiares de las personas que fueron encontradas muertas y a los que aman a los animales, pero esto es algo que va más allá de mi comprensión. Los periódicos de estos días tienen las bases para escribir un sorprendente e imaginativo relato o aún mejor, para el argumento de una película inolvidable. La realidad es que, gracias a unos cuantos perros, enviamos al cajón del olvido, por unos días, algunos de los graves problemas de México: los millones de mexicanos que aún se encuentran en la pobreza extrema (15 millones, es un dato actualizado esta semana y que posiblemente nadie vio), la situación del crimen en nuestro país (¿siguen los muertos, las ejecuciones, las amenazas, el miedo?), la grave crisis económica en las finanzas de varios estados, municipios, de muchas personas y muchas otras cuestiones que deberían llamar nuestra atención. En otras palabras, existe una actitud de negar nuestros problemas, no queremos pensar en lo que realmente importa.

Hoy son unos perros, ayer fue el accidente de avión en donde viajaba una cantante, mañana será aquello que tenga la capacidad de mover el sentimiento fácil y no la reflexión. Estoy casi seguro que no es una característica única de México, otras sociedades también tienen sus maneras e historias para no ver sus problemas, pero me interesa más lo que sucede en mi país. Estamos acostumbrados a no pensar, a no cuestionar, a aceptar lo que sucede con cierto grado de resignación. Inclusive habrá quién acepte esta idea solamente porque está escrita en este texto, sin hacer algún comentario. No estamos acostumbrados a debatir. Generalmente nuestras discusiones las gana el más agresivo, el que grita con más fuerza o, lo que es peor, el más chistoso. En nuestro país rara es la vez que una persona gana por argumentos sólidos, por tener la mejor idea, esa que hace ganar a todos. Veamos la actuación de algunos de nuestros políticos, de varios empresarios y líderes; pocos son los que buscan el bien común, una solución únicamente es válida si se obtiene un beneficio personal. Inclusive para resolver el problema de varios perros tuvimos que recurrir a manifestaciones, declaraciones ilógicas y soluciones que no funcionan.

En el pequeño universo que nos rodea, con nuestros amigos, familiares, alumnos, compañeros de trabajo, intentemos cambiar nuestra manera de discutir. No usemos la fuerza sino argumentos sólidos, claridad y respeto. Tenemos que aprender a escuchar y a reconocer si nuestras ideas están equivocadas. Debemos tomar decisiones que sean adecuadas para todos y no con el fin único de obtener una egoísta ganancia. México necesita debates inteligentes en todos los niveles, con mentes abiertas para encontrar las soluciones a sus graves problemas y, de esta manera, poder encaminarse hacia el verdadero desarrollo. Recuerden: aquí viven millones de pobres, ellos nos necesitan mucho más que unos cuantos perros.

¿ El fin del mundo ?

Llega una nueva fecha para el fin del mundo y veo el rostro de incredulidad de mis amigos. Nadie toma este asunto en serio, surgen bromas y chistes en las redes sociales y entiendo sus razones. A lo largo de la historia se ha roto este sueño tantas veces que perdimos la esperanza de que sea una realidad, no existe la certidumbre de que ahora sí ocurrirá. Deambula en el ambiente un completo escepticismo de un evento que, en caso de acontecer, podría tener cierta importancia para nosotros.

En nuestros genes existe algo que siempre nos hace pensar en este tema. Parecería que somos incapaces de gozar nuestro presente. Cuando lo comenzamos a disfrutar, la falta de angustia nos inquieta y, para no perderla, inventamos algo que sea catastrófico. La posibilidad de que nuestra novia quede embarazada o perder el trabajo o una auditoría fiscal, por ejemplo, no tienen la suficiente carga emocional, son cosas temporales y pasajeras. Debemos encontrar aquello que pueda generar un real, profundo y duradero temor. Que mejor manera de hacerlo que destruir, no solamente nuestra vida –no vale la pena ser egoísta aquí—, sino todo el mundo. Eso sí es algo que nos ofrece la ansiedad que requerimos y, además, no tiene una fácil solución. Es la medicina ideal para nuestra falta de angustia.

Con esta respuesta en mente, los seres humanos creamos un sinfín de epílogos para nuestra existencia. Los aztecas han terminado cuatro veces, no solo el mundo, también incluyeron al Sol y dijeron que vendrá la quinta destrucción con movimientos de tierra de un soberbio nivel. En el hinduismo existen ciclos de creación y destrucción, por lo que, para ellos, también este mundo ha terminado y comenzado en repetidas ocasiones. Noé, al principio de los tiempos bíblicos, fue testigo de otro intento divino por finiquitar la humanidad; él, sin dotes de marinero, construyó un barcote y pudo atracar en la cima de un cerro, salvándose junto con un montón de animales (entre ellos seguramente algunos diputados). La Biblia termina con un texto de San Juan Evangelista que nos explica con amplios y nebulosos detalles este apocalíptico evento. En diversas épocas han surgido personas ilustradas que describieron nuestro final y no solo eso, sino que se arriesgaron a dar el dato exacto de cuándo sería la última fecha del calendario; ninguno acertó. En 1910 las personas pensaron que el cometa Halley terminaría con la Tierra. Los Testigos de Jehová han predicho en varias ocasiones la fecha del final del mundo y tampoco han atinado. Ahora, expertos nos dicen que los mayas vaticinaron el término de la humanidad para este fin de año, aunque existe la posibilidad de que simplemente se cansaron de seguir colocando fechas en su calendario.

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Foto por Liliane Mendoza Secco

¿Cómo será el fin del mundo? La mitología cinematográfica agotó casi todas los métodos para acabar con nuestra época: asteroides que golpean la tierra, invasiones extraterrestres, epidemias, virus mortales creados por el hombre, ataques de zombies, alteración del eje de rotación de la Tierra, terremotos, inundaciones, cambios drásticos del clima, guerras nucleares, guerras contra máquinas, catástrofes volcánicas y lo que falte, porque no he visto todas las películas del tema. Nos divierte, emociona y hasta parecería que deseamos vivir un fenómeno apocalíptico. El resultado es que estamos agotando los métodos para exterminarnos; a este paso, ¿hará Dios un vulgar plagio de algo ya visto en una pantalla de cine?, no lo creo, estoy seguro que Él no me va a decepcionar; algo nuevo y espectacular se le ocurrirá para esa memorable fecha. Así que, vuelvo a preguntar, ¿cómo será? Algunas ideas vienen a mi mente: caerán del cielo avalanchas de libros de autoayuda, música ensordecedora e interminable de Arjona destruirá cada átomo del planeta, el sexo dejará de ser agradable y, por ende, habrá suicidios en masa. Todo cabe en la imaginación de cada persona, cada uno tiene la suficiente capacidad de inventar (o plagiar) su propio final.

Tal vez todo este asunto es el reconocimiento de nuestra incapacidad para reparar lo que hacemos mal desde que el primer hombre caminó por la Tierra. Esperamos y deseamos ese borrón y cuenta nueva porque hacerlo es más fácil que intentar arreglar lo que somos. Pensamos que seguramente caeremos en los mismos errores y por eso sentimos que no vale la pena hacer algo más que aguardar.

Sería preferible, en lugar de esperar sentados la destrucción de nuestra civilización, intentar cambiar ese pequeño universo que está cerca de nosotros. Actuar con valor ético, con honestidad, con todos, todos los días, hará que llegue el final de este caótico tiempo. Podemos dejar de seguir inventando “el fin del mundo” si logramos que la angustia que nos falta sea generada por la responsabilidad de promover valores, por hacer cosas trascendentes, por dejar en la Tierra las huellas del verdadero sentido de humanidad. Tenemos que dejar de esperar, olvidarnos de todas las profecías y dedicarnos a ser mejores personas

La voz de un indeciso

Estamos en la recta final para la elección presidencial en México. En todos lados se escuchan comentarios de personas que apoyan o están en contra de un candidato en especial, pero en esta ocasión quiero expresar mi opinión como integrante del callado grupo de indecisos. Es válido no tener preferencia en estos momentos, los partidos políticos, los candidatos y sus campañas han sido tan decepcionantes que para mí no es fácil tomar una decisión.

En estas campañas electorales los candidatos sólo usan lugares comunes en sus mensajes. Es lo más sencillo, ya que todos estamos de acuerdo con esas generalidades. La publicidad muestra únicamente lo que ellos desean hacer pero no indican de manera clara cómo lo harán porque, justo en esos aspectos (los cómos), están las dificultades y los riesgos. Los candidatos, para no exponerse de manera pública, publican esos detalles en documentos que no son fáciles de encontrar (un buen análisis de los cómos está en http://www.arenaelectoral.com). Esa vaguedad en las campañas no permite conocer claramente los verdaderos compromisos de cada candidato, por lo que es difícil decidir entre ellos. Además, en estos últimos días, todos los partidos utilizan lo que los medios han denominado “guerra sucia” (nombre que en lo personal no me agrada, prefiero llamarla campaña negativa), en donde el objetivo de cada candidato no es convencer a los electores con sus propuestas, sino mostrar que los otros tienen defectos tan grandes que, en caso de que uno de ellos gane, el daño para nuestro país sería terrible.

Precisamente esa es la duda a la que me enfrento: Veo tan pobre el panorama electoral que para mí la decisión no es quién es el mejor para ocupar el cargo de presidente sino quién es el menos malo para ello. Es triste que para una decisión tan importante el dilema sea escoger la menor incapacidad para gobernar. Esa línea de pensamiento me muestra dos aspectos que son graves para México: primero, que no existe actualmente la capacidad para formar ciudadanos que más que líderes, sean verdaderos estadistas y segundo, que los políticos menosprecian la capacidad de la población para decidir. Esta campaña electoral me lo demuestra. No veo un verdadero estadista entre los candidatos y todos los partidos consideran que el grupo de indecisos optará por aquel que sea el menos malo, por lo que todos usarán campañas negativas de una manera más agresiva a medida que el día de la elecciones se acerca.

Es complicado obtener un poco más de información objetiva en cualquier foro porque la parte sentimental de las personas distorsiona la realidad y la campañas negativas de los partidos se aprovecha de ello. Las redes sociales se han convertido en una verdadera arena electoral, no importa que yo no quiera participar en esa pelea, si pertenezco a una red social en México, estoy en medio del campo de batalla. Cada día, Twitter al igual que Facebook se llenan con mensajes de apoyo o de ataque electoral, en los que es notoria la falta de objetividad y las posiciones son cada vez más intolerantes. Los ánimos están cada día más exacerbados, las posturas se hacen más radicales entre los simpatizantes de los candidatos para ocupar la presidencia de México.

En medio de toda esa trifulca estamos los indecisos. No es gritando más fuerte que nos podrán convencer y mucho menos mostrando las porquerías de los otros candidatos. Ese tipo de acciones solo puede fomentar una actitud de indiferencia y disminuir la voluntad para votar el 1 de Julio. Esto es algo que no debemos permitir. Es importante y lo reitero, muy importante, que ese día salgamos a votar.

Una de las virtudes de la democracia es que, en la medida que todos votemos, podemos hacer que los políticos vean que no estamos dormidos, que participamos y que a todos ellos, ganadores o perdedores, les exigiremos el mejor desempeño. Si todos votamos, la posibilidad de conflictos causados por los perdedores después de la elección será menor y el ganador se verá obligado a trabajar de manera responsable porque sabrá con certeza que la mayoría de la población lo estará vigilando. Más que un derecho, votar con libertad es la mejor manera de decidir el rumbo que queremos para nuestro país.

Foto por Liliane Mendoza Secco

No importa que el 1 de Julio yo continúe en el grupo de indecisos. Iré a votar y dentro de la casilla, frente a la boleta electoral, elegiré a uno de los candidatos. México necesita que todos los ciudadanos votemos y que todos los votos sean efectivos. No votar o votar nulo no debe ser considerado como opción. La indiferencia o el rechazo en esta decisión sería un duro golpe al desarrollo de nuestro país, un atentado contra nuestro propio futuro.

Por eso, ese día, más que votar por un candidato, en realidad estaré votando por México.

¡Frena, frena!

                    Andamos como andamos porque somos como somos                  Filósofo de Güemez

En México tenemos elementos que de una u otra manera son parte de nuestra cultura: el tequila, nuestra comida, el mariachi. Ayudan a definir nuestra nación porque las sentimos nuestras. “Es más mexicano que el mole” solemos decir cuando queremos expresar ese sentido de identidad.

Pero hay una cosa más que también nos identifica y que, por estar tan presente en nuestra vida, hemos dejado de ver. Es una especie de hongo que se reproduce de manera casi espontánea, al grado que no me sorprende cuando, en la mañana, de la nada, aparece uno en mi camino. Es el tope, esa pequeña elevación en el asfalto -a veces no tan pequeña- que sirve para reducir la velocidad del auto.

Puede parecer fuera de lugar dedicar este texto a ese pequeño artilugio, pero vale la pena hablar de ello. No podemos negar que es común encontrar en las calles de la ciudad de México hasta seis topes en un tramo menor a 100 metros de largo. Y no es un caso raro, se repite por todo el país. Existen topes en carreteras, en calles empedradas, en vías rápidas; no me extrañaría encontrar un tope en una calle peatonal o en una pista del aeropuerto. ¿Qué estamos haciendo mal?

Foto de Mike Torst

El tope es un símbolo perfecto de algo que ha impedido a México progresar al ritmo que requiere. Es una muestra silenciosa y permanente de nuestra incapacidad para vivir en sociedad: no cumplimos ni hacemos cumplir los reglamentos –en este caso el de tránsito-, no mostramos respeto hacia los demás, tenemos poca imaginación para resolver problemas de manera eficiente. Si en una calle atropellan a un peatón, en poco tiempo aparecerá un tope en ese lugar con la esperanza de evitar una nueva tragedia. Y si acontece otro accidente en la misma calle, a diez metros del tope original, la solución será colocar ahí un tope más. Hemos llegado al punto de tener topes en cruceros con semáforos porque sabemos que nadie respeta la señal de la luz roja.

Existen topes de diferentes tamaños, colores, materiales y sabores, todo depende de la imaginación y recursos disponibles en el momento en el que se colocan. Es interesante que, siendo un objeto tan común en las calles, en la Ciudad de México apenas se discute la realización de una norma técnica para regular este artefacto (Nota en El Universal).  Es otra muestra de la manera como funcionamos en México, hacemos las cosas “al aventón”, por eso nos cuesta trabajo normar de manera clara y precisa algo tan simple como un tope.

Esto no sería tan grave si los topes existieran solamente en las calles. Pero analizando el tema con calma, encontramos que somos expertos en colocar topes donde se necesita agilizar el desarrollo de nuestro país. Existen topes en nuestras leyes y reglamentos, en la actitud de los políticos para cambiarlas, en trámites de todo tipo sin importar si son del gobierno o de una empresa privada. Todos los días enfrentamos situaciones en las que encontramos topes. No es raro que al pedir un servicio escuchemos: ¡Uy! ‘tá difícil, a ver qué se puede hacer. La gran profundidad que encierra esta frase es lo más triste, indica que siempre esperamos el tope, que tenemos una natural disposición para frenarnos. Nunca podemos mantener la velocidad de manera que la marcha sea continua y sin problemas. El freno es el pedal que más se utiliza en México.

En el Diccionario de la Real Academia Española encontré que dentro de las definiciones de tope están: tropiezo, estorbo, impedimento, punto donde estriba o de que pende la dificultad de algo. Eso es lo que sucede, tenemos tropiezos, impedimentos para avanzar que nosotros mismos hemos colocado y que no nos sorprenden. Sentimos que los topes son algo natural, consideramos que ahí deben estar, hasta los esperamos. Pero no es lo ideal, debemos luchar por tener un país sin topes, un país en donde la norma sea que las cosas avancen con agilidad.

No busquemos razones de la falta de desarrollo más allá de nuestras fronteras. La causa de nuestro atraso la hemos creado nosotros. Siempre construimos topes para todo, en cualquier lugar. El principal tope es el que está dentro de nuestra mente, no lo vemos, no lo notamos, pero ahí está. Por lo tanto, la solución estriba en demoler ese tope individual, en cambiar nuestra actitud. Es necesario para acelerar el desarrollo que tanta falta hace en México. Si no lo hacemos seguiremos criticando a nuestros dirigentes y continuaremos buscando culpables en todos lados, pero los topes seguirán existiendo en nuestro país.

“Feministas”

“Me causa conflicto” -como dice mi hija-  la actitud de ciertas mujeres que dicen ser  feministas,  viven gritando a los cuatro vientos que el mundo las debe tratar con respeto y dignidad. Hasta ahí esas voces no tienen nada de malo, su expresión es completamente justa. Pero considero que muchas de las acciones feministas, en lugar de fomentar la igualdad entre mujeres y hombres, sólo logran acentuar las diferencias de género. Parece que su motivación más que evitar la discriminación, es un deseo de venganza, quieren cobrar hoy todas las facturas acumuladas por siglos de maltrato a la mujer; lo cual es imposible -no existe cuenta que aguante ese cobro – y esta imposibilidad hace que su voz se convierta en un  grito de rencor. No desean la igualdad, quieren un trato tan preferencial que rompe el propósito de lograr un equilibrio entre géneros y colocan las semillas para que la injusticia se acentúe. Es un tipo de lucha que lleva a seguir dando puñetazos, una pelea que nunca terminará ya que el rival siempre estará buscando regresar el golpe. Ellas, las feministas de las que estoy escribiendo, están haciendo fracasar su objetivo, quieren ser las vencedoras cuando en realidad no debe haber ganadores ni perdedores, debemos ganar todos. Se olvida que la justicia debe ser universal,  no exclusivamente para las mujeres (o para los  hombres) .

A veces ese intenso deseo de demostrar que ellas, en todo, son mejores que los hombres hace que sus actos contradigan su idea. Muchas veces, esta contradicción es muy sutil, difícil de observar;  pero está ahí. Aquí tienen un ejemplo: Una amiga colocó el lunes pasado en su  muro de Facebook una felicitación a Josefina Vázquez Mota por su triunfo en la elección interna del PAN. Un comentario para esa publicación – hecho por otra amiga –  decía que, si todas las mujeres de México votaran por ella, Josefina seguramente sería la ganadora de la próxima elección presidencial.

Esa actitud, la de votar por una mujer por ese hecho únicamente, denigra a las mujeres, es igual a la idea de votar por alguien sólo porque es guapo y elegante, o porque “habla bonito”. Es una idea que en el fondo dice que las mujeres son tan tontas que su capacidad de analizar el voto es limitada, que deciden sólo por una cuestión de género y no pueden ver más allá. Las mujeres son mucho más listas que eso, muchísimo más; su voto será razonado – al contrario de muchos votos machistas– y elegirán de acuerdo a sus intereses personales. No existirá un voto femenino masivo por Josefina, cada mujer en este país tomará su decisión libremente, y por lo mismo, habrá diferencias. El voto femenino será, en la mayoría de los casos, inteligente, lleno de esperanza para poder ofrecer a sus hijos un mejor futuro.

Debemos hacer que México sea un país justo, con igualdad de oportunidades para todos y no un lugar en donde el trato preferencial por género –no importa si es para mujeres u hombres- sea lo que defina quién debe ocupar una posición determinada. Para tener un país que avance, para lograr que México se desarrolle a tal grado que se pueda abatir la pobreza y la injusticia, debemos tener en cada puesto (presidente, senadores, diputados, directores de empresas, empleados, profesores, estudiantes, etc.) al más preparado, al mejor para esa posición.  Ser el mejor no tiene nada que ver con su  género, sino con su capacidad humana, moral, académica, laboral, adquirida a lo largo de la vida.

Foto por Liliane Mendoza Secco

Empecemos hoy, preparémonos para ser los mejores en donde estamos, no importa si somos mujeres u hombres, eso es secundario. Nuestro país más que una lucha feminista, necesita una ardua lucha contra la pobreza, la injusticia, la inseguridad; que se pelea con las armas del trabajo, estudio y con muchos valores.

Una acción por México

Muchos estamos de acuerdo en que nuestro país no está bien. Lo vemos todos los días en los noticieros, periódicos, revistas y en las redes sociales; están llenos de mensajes de las cosas negativas que suceden en México: narcotráfico, asesinatos, corrupción, malos políticos, mediocridad en todos los sentidos. Yo mismo he contribuido, en pequeña escala, a aumentar ese ambiente pesimista por medio de una serie de mensajes en Internet que solo expresan molestia  por lo que sucede a mi alrededor.

Ahora pienso que es una lástima que solo actúe de esa manera cuando  puedo y quiero hacer algo más que únicamente quejarme. Ese uno de los  problemas de fondo en México: solamente nos quejamos y no nos exigimos. Nos limitamos a señalar lo que está mal y queremos que otros vengan a resolver nuestros problemas. Así no saldremos adelante. Es muy difícil para nosotros aceptar las críticas, es más fácil indicar las fallas ajenas; pero por ahí debemos empezar, aceptar que mucho de lo que hacemos mal es nuestra responsabilidad y no culpa de nuestros gobernantes. Es raro escuchar, en este mar de malas noticias, ideas para trabajar bien o para ser mejores ciudadanos. Sin embargo, reconozco que en México también existe gente que hace cosas positivas todos los días y con sus acciones y resultados concretos, logra mejorías para nuestro país. Pero hace falta un mayor esfuerzo, la situación que vivimos es complicada y requiere que todos empujemos para cambiar nuestro futuro.

Se ha escrito que los mexicanos tenemos una seria falta de visión para el bien común, que nuestro egoísmo se antepone al desarrollo de México. Pero yo creo que esa falta de visión de bien común no debe ser un obstáculo para el progreso de nuestro país; estoy convencido de que las acciones individuales pueden ayudar a enderezar el camino. Es hora de tomar acción, con sentido de urgencia, si queremos que México sea mejor.  La opción es de cada uno de nosotros. ¿Qué puedo hacer para ayudar a México? ¿Cómo lo hago?

foto: Liliane Mendoza Secco

Desde este espacio propongo iniciar una campaña: Una acción por México. Hoy haré algo, una acción en mi entorno, no importa si es pequeña o grande, haciéndola lo mejor que pueda y con actitud positiva. Que no sea solo una buena intención, sino hacer cada día una acción diferente: ayudar a algún compañero de trabajo, no tirar basura en la calle, saludar a mis vecinos, no abusar de un cliente, ser cordial en el tráfico, por mencionar ejemplos. Y todos los días continuar las acciones de los días anteriores, más la nueva del día de hoy. Estoy seguro de que sumando acciones diferentes a lo largo del tiempo y reuniendo personas que se sumen a este esfuerzo, se logrará un cambio en México. Es una buena manera de construir, o mejor dicho, reconstruir nuestro país. Se requiere el conjunto de muchas voluntades y acciones, pero sé que si nos unimos y difundimos esta idea,  podemos lograr mucho más de lo que imaginamos. Esta es una campaña que requiere de un esfuerzo individual, pero en donde todos, de manera consciente,  podemos hacer algo por México.

No importa en dónde estemos, dónde trabajemos o estudiemos, todos tenemos la capacidad de hacer pequeñas acciones que sumadas logren hacer que nuestro país sea cada día mejor.

Una acción por México. Yo comienzo hoy. Tú ¿cuándo empiezas?