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Travesía

“No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.”
Federico García Lorca

Nunca vio el reloj. El tiempo, que no sabe detenerse, lo alcanzó sin remedio. Estaba en un bar con algunos compañeros de trabajo, la plática se había vuelto interesante pues eran anécdotas nuevas. Andrés aportaba, sin que lo entendiera en su totalidad, algo que rompía la monotonía de las veladas anteriores: era un extranjero que hacía poco había llegado a la ciudad.

Él había salido de su país al término de sus estudios universitarios. Allá la situación era difícil: inseguridad, falta de empleo, pobreza y violencia. Uno de sus tíos le ofreció la posibilidad de trabajar en el extranjero. Dudó, tenía miedo, pero sus amigos lo convencieron de tomar esa oportunidad. Le dijeron que, después de todo, si las cosas no resultaban podría regresar, era una apuesta donde no había mucho riesgo, nada podría ser peor, no había futuro en ese lugar para él.

Después de varias semanas en este nuevo destino, tenía un empleo estable. Esa noche, entre algunas copas y la charla sin fin Andrés no se percató de lo rápido que corrían los minutos. El transporte público dejaba de operar después de la media noche, ya era demasiado tarde. Aún podía tomar un taxi para regresar a su departamento, pero la distancia no era demasiado grande, poco más de media hora a pie, así que pensó que sería buena idea caminar de regreso. Le habían comentado que la ciudad era peligrosa en las noches, aunque después de algún tiempo de vivir ahí, se dio cuenta que no era nada comparada con el ambiente que dejó en su tierra. No había razón para temer.

Salió del bar, en la banqueta la obscuridad peleaba sus espacios. Andrés se ajustó la bufanda, el clima era frío, pero no tanto como para incomodarlo. Un hombre extraño, mal vestido, que estaba parado en la banqueta, lo miró con atención, más que observarlo, parecía que lo estudiaba. Andrés se dio cuenta de ello, pero le restó importancia. Decidido, inició la travesía. Los pasos, que en el día perciben claramente los obstáculos, en la noche suelen ser difusos, vacilantes. Los faroles descubren solamente algunas cosas; ellos alumbran aquello que les conviene. Cuando llegó a la esquina, volteó hacia el bar, aquel hombre ya no estaba ahí. Trató de buscarlo, pero la acera de enfrente tenía muy poca iluminación para distinguir algo en ella, así que solamente se quedó con la curiosidad.

Caminó por algunas calles, a esa hora de la noche la soledad cubría la ciudad, la ausencia dejaba su escondite para deambular sin prisa. Andrés nunca había sentido el peso de las calles vacías, ese enorme hueco que solamente la falta de luz y sonido en un espacio urbano puede generar. Comenzó a sentirse inquieto.

Llegó a un parque y vio algunos pordioseros. Algunos dormían en las bancas cubiertos por periódicos y cartones; otros tenían botellas de licor barato y fumaban. Sus gestos eran duros, llenos de rencor. En cada rostro, gracias a la débil iluminación, se dibujaban sombras de amenaza. Lo miraban con enojo, se daban cuenta que él no era como ellos. Por primera vez en esa noche, Andrés sintió miedo.

Tenía que cruzar el centro de la ciudad para llegar a su hogar. Decidió hacerlo por una de las principales calles de la zona: una avenida peatonal, con comercios diversos en ambos lados. En el día estaba llena de personas, era un río de gente que iba a trabajar, comprar, o simplemente pasear. Andrés vio a la distancia unos niños que jugaban futbol en medio de la calle. Habían colocado unas porterías hechas con botellas vacías. El partido estaba bastante animado, entre gritos y risas, los muchachos se esforzaban por anotar. Andrés caminó hacia ellos y se detuvo para verlos. Notó que el trapo que servía como pelota parecía tener vida propia. Dio unos pasos para acercarse más y descubrió que el trapo era una rata viva, que a pesar de estar atolondrada debido a las patadas, trataba débilmente de escapar. En cuanto el animal dejó de moverse, uno de los niños la desechó y esa “pelota” fue reemplazada por otra. Triste destino para ese roedor, pero eso a nadie le importaba. La noche es así, las cosas, las diversiones, adquieren otra perspectiva. La normalidad también se oscurece.

Se quedó un rato mirando el partido, había más personas viendo el juego, uno de ellos se parecía mucho a aquel hombre afuera del bar, pero Andrés pensó que seguramente el cansancio y la sensación de inseguridad lo confundían. Salió del centro y llegó a su barrio. Era una zona más moderna, con calles anchas, mejor iluminadas. El miedo acompañaba sus pasos, desde que había salido tenía la sensación que alguien lo seguía. Miró hacia atrás y no vio a nadie. Caminó más rápido, quería estar cuanto antes a su hogar.

Por fin llegó al edificio donde vivía. Al abrir la puerta, la luz que iluminaba el vestíbulo cubrió de manera cálida el espacio de la acera en donde él estaba. Se sintió tranquilo, no precisamente feliz, porque la felicidad suele engañar. Ahora podía dejar atrás su pasado y los temores que venían con él. Hizo una pausa y entró, sentía ya la imperiosa necesidad de dormir. No se percató que, con su sombra, otra caminaba atrás, sin hacer ruido. Tal vez la noche no sería completamente tranquila.

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