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Nuestro tiempo

“Hablamos para nada, con palabras que caen
y son viejas ya hoy, en la boca que sabe
que no hay nada en los ojos sino algo que cae”

Leopoldo María Panero

Vivimos en tiempos cínicos, mejor dicho: en tiempos descaradamente cínicos. Siempre hemos estado rodeados de mentiras, engaños, medias verdades; en todos los ámbitos: dentro de la familia, círculos sociales, gobierno, medios de comunicación, empresas. Se comienza al iniciar el día con la receta: Estoy bien, ¿y tú, cómo estas?, que usamos como fórmula para contestar, aunque estemos como diablo que nada en agua bendita, y así continuamos hasta llegar la noche. Hemos llegado al punto de poder distinguir sin errores las falacias y, aún así, no nos importa. Seguimos por el camino como si todo fuera verdad, no afecta en nada nuestras vidas, no es un problema para resolver. Nos hemos convertido en seres descaradamente cínicos.

Todo se ha vuelto más desvergonzado gracias a la tecnología. Recuerdo los años en que se podía hacer un desfiguro tremendo en una discoteca (como antes se llamaban los antros) y no pasaba nada; los pocos testigos que había generalmente estaban en un estado que resultaba imposible, al día siguiente, distinguir entre la fantasía y la realidad. Lo sucedido quedaba oculto por las sombras y destellos del ambiente nocturno. Hoy en día, el video de ese desliz puede aparecer en cualquier lado, nos podría llevar a ser los protagonistas de un espectáculo de corta duración, tener fama durante pocos días, personas que ni siquiera conocemos se burlarían de nuestra conducta y, la verdad, no nos importa, nos reiremos de nuestro desvarío.

En el gran escenario de los acontecimientos nacionales, estamos en la misma sintonía. Hemos visto como un preso, en un penal de altísima seguridad, se escapa del mismo utilizando recursos de ingeniería que son ejemplo para algunas obras públicas. No fue un pequeño agujero en la tierra, fue un túnel perfectamente construido; en donde nadie vio, escucho, pensó o imaginó nada. Un túnel en la nada, un perfecto ejemplo de descarado cinismo. Lo mismo pasa con el incendio de un asilo de ancianos en el norte de México, algunos graves errores médicos que han sido noticia en nuestro país, la enorme corrupción; cosas graves que suceden, que deberían indignar y la realidad es que, en las redes sociales, un video que muestra a muchachos maltratando perros en una tienda genera más irritación. Seres humanos muertos o marcados de por vida importan menos que un par de cachorros.

En el plano mundial se sigue la misma corriente. Hace pocos días, en la cuna de la democracia, Grecia, se realizó un plebiscito para decidir si aceptaban o no las duras medidas propuestas por la comunidad financiera europea a cambio de recibir un préstamo de emergencia. El pueblo voto por el “No”, apoyado por su primer ministro Tsipras. Días después, se firma un acuerdo con la Unión Europea que contempla medidas aún más duras para Grecia; ¿el plebiscito?, ahí quedó, otra cínica muestra del poder del dinero.

Es imposible decir la realidad descarada de las cosas, nadie la creería. Estamos tan acostumbrados a la falsedad, al engaño burdo, que a veces no interesa saber la verdad. Es más importante aparentar y mostrar lo que sería correcto, aunque no coincida con los hechos, que afrontarlos.

En eso estamos muy bien, somos perfectamente congruentes con nuestro mundo. Usamos las redes sociales para amplificar nuestro cinismo, para hacerlo descaradamente absurdo. Todas las maneras son válidas para expresarlo, para pertenecer a esta ola que nos arrastra: usar perfiles falsos para atacar personas, crear o escribir posturas para crear una buena imagen sin estar de acuerdo con ellas, mostrar una personalidad perfecta que es totalmente diferente a la real, congratularse de personas que se odian; en pocas palabras: crear o alimentar mentiras para vivir en un mundo de correcta hipocresía. Todo es válido a condición que la verdad, sí es mostrada, sólo sea a medias. No interesa que todos sepan la falsedad de las cosas, es más, es mejor porque así, nuestro cinismo, la esencia del hoy, puede llegar a ser perfecto.

No creo que eso sea malo, tampoco bueno. Simplemente es. Pero este mundo hipócrita nos obliga a contestar esta cuestión con una actitud de consternación e indignación. Tenemos que horrorizarnos (aunque sea mentira) ante esa realidad para poder pertenecer a nuestros tiempos. Hacerlo lo contrario sería mostrar un lado que puede ser honesto, pero que no es permitido en estos días. Debemos seguir el camino del engaño descarado y absurdo: decir que eso está mal, muy mal; aunque en el fondo probablemente lo hacemos sólo para mostrar una imagen de “ser correcto”. No importa lo que pensemos, interesa lo que mostremos, mantener el cinismo. Levantar la voz para protestar ante tanta desvergüenza, aunque al final olvidemos las razones de ese grito. Eso es ser consistente con el entorno, no podemos mostrar nuestras verdaderas razones, nos etiquetarían de farsantes.

En el fondo, se puede argumentar que este texto es una gran mentira, esa podría ser una verdad; pero no importa, después de todo, cada uno cree lo que quiere creer.

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