La calle siempre está igual, casi nada cambia, por eso nunca tomo el tiempo para observarla con cuidado. Al salir de casa pocas veces me preocupa el estado en que se encuentra, no es algo relevante en mi vida. Mi mente está en otros asuntos, ese andar es algo tan rutinario que mi vista no se detiene en los detalles. Cuando lo hago, no logro descubrir qué es lo nuevo, qué fachada cambió de color o si algún perro callejero pensó que podríamos ser buenos vecinos y decidió vivir en nuestras banquetas.
Sin embargo, a veces sucede, existe un pequeño cambio. Recuerdo una vez, hace unos meses, de la nada apareció un lujoso auto estacionado en nuestra calle. Tenía golpes en un costado, el parabrisas roto, sin placas. Algún vecino, en un acto de iluminación, pensó que probablemente era resultado de un asalto o algo peor y llamó a la policía. Días después una grúa se lo llevó. Poco después nosotros olvidamos ese auto, jamás pasó por nuestra mente la idea de averiguar el porqué estaba ahí; si existió alguna violencia fue en otro lugar, lejos. Nadie vino a preguntar nada, todo regresó al mismo estado de siempre.
Otras cosas no se olvidan, pero quedan enterradas entre tantos recuerdos que pocas veces aparecen en la memoria. Como aquella vez que hubo una fuga de gas en una de las viviendas. Todos salimos de las nuestras, estábamos en las aceras cuando llegaron los bomberos. Ellos nos pidieron que nos alejáramos mientras controlaban la fuga. No pasó nada grave, al igual que el asunto del auto misterioso, nunca supimos la causa de ese incidente, y tampoco nos importó. Esa anécdota pasó a la historia. Todo sigue igual.
Hace unas semanas, me enteré que los vecinos de otra cuadra se organizaron para arreglar su calle. Querían renovar los jardines de sus banquetas, tapar algunos baches, limpiar un lote baldío infestado de ratas y otros animales peligrosos. Al principio no me importó esa noticia, era un chisme más, como tantos que abundan en la colonia. Pero, con el pasar de los días, la curiosidad me ganó y fui a ver qué había sucedido en ese lugar. No sé bien cómo le hicieron, si todos estuvieron de acuerdo o si pidieron algún tipo de ayuda. Lo que sí pude comprobar fue que lo lograron. Su cuadra era muy parecida a la nuestra, tan normal que jamás me había fijado en sus detalles. Ahora se veía diferente. Todo parecía estar bien, inclusive una señora que limpiaba jardín de su banqueta me sonrió de manera afectuosa cuando caminé a su lado. Por una extraña razón me sentí tranquilo en ese momento.
Tal vez podríamos hacer algo similar, realmente tenía envidia de lo que ellos cambiaron en el lugar donde vivían. Pero hacer ese esfuerzo es muy complicado, es imposible organizarnos. En nuestra cuadra todos somos diferentes, tenemos intereses muy diversos, no nos preocupan las mismas cosas. Por ejemplo, la vecina de la vivienda amarilla, la que vive frente a la mía: ella está más interesada en quedarse con esa casa después de su divorcio — su exmarido está construyendo una más grande en otro lado— que en arreglar otra cosa; o el viejo que vive en la esquina, la del muro azul, él no quiere que lo molesten, no quiere saber nada, vive añorando la época en que era famoso. Hoy está olvidado por todos, ni siquiera conozco si existe su familia, nunca lo han venido a visitar. También están los que viven en los pequeños departamentos, ellos luchan cada día por conservarlos, sin importar a quién le trabajan. Y la familia de la vivienda con la reja roja, tan metidos en sus negocios que es imposible que vean otra cosa. Realmente, es un universo lleno de personas indiferentes, cada uno ve sólo el suyo; así: ¿cómo puedo pensar en que podemos organizarnos para hacer algo más trascendente en nuestra cuadra?
Es difícil, para mí, intentar unir a los vecinos, sólo soy uno más entre todos. Además estoy más preocupado en conservar mi trabajo, eso es lo más importante. Llegué a la conclusión que no es tan malo vivir ahí, aún se puede caminar con cierta dignidad en nuestras aceras. En verdad, hoy no existe alguna razón de peso para intentarlo. Mientras todo siga igual, para qué buscar un cambio. Esta noche, cuando regresaba a casa, me di cuenta que ahora tenemos un nido de ratas en una de las coladeras de la calle. Es posible que pronto lo olvidemos, que deje de ser importante, como es probable que ocurra con los 43 libros que se perdieron y hoy nadie sabe a ciencia cierta dónde están. Son cosas que pasan en mi calle.