Este año tuve la fortuna de hacer dos viajes a Nueva York. Es una ciudad que tiene una personalidad propia que la distingue de cualquier otra en el mundo, por sus estupendos museos, restaurantes y obras de teatro. Y por sus pequeñas sorpresas que pueden estar a la vuelta de cualquier esquina.
En mi primer viaje encontré, caminando en la 54 casi llegando a la Quinta Avenida, una de esas sorpresas. Sentado en la banqueta estaba un homeless (indigente). Parecía perdido, completamente ajeno a las crisis económicas que ponen de cabeza a todo el mundo. Pudo ser un indigente más, como los que hay en cualquier ciudad, no es necesario ir tan lejos para encontrarlos, pero de pronto algo extraño me llamó la atención. El hombre en cuestión no estaba pidiendo limosna como yo hubiera esperado, sino que estaba leyendo un libro y aún más sorprendente era que, a un lado de él, en el piso, había dos pilas de libros gastados, viejos y maltratados pero completos. Ninguno estaba roto o en pedazos. Me acerqué para verlos con más detenimiento y al hacerlo alcancé a distinguir el nombre de Faulkner en el lomo de uno de ellos antes de que él se molestara conmigo por estar invadiendo su espacio.
Me hubiera gustado entablar una plática con él para descubrir las razones de su gusto por la lectura. Obviamente no lo pude hacer; es muy difícil acercarse a este tipo de personas porque siempre están a la defensiva intentando por todos los medios que nadie los moleste. El pequeño espacio en la banqueta es su reino y lo defienden de cualquiera que se atreva a cruzar su frontera. Viven así, solitarios, desconfiando de los extraños que quieren establecer contacto con ellos.
Cuatro meses después tuve la oportunidad de regresar a Nueva York. Volví a pasar por el mismo lugar y ahí se encontraba el mismo hombre, con sus libros, leyendo uno de ellos. Estaba totalmente inmerso en la lectura de su libro, sin que le importaran las personas que pasábamos a su lado. Haberlo visto de nuevo, realizando la misma actividad pero con más libros a su lado, me hizo pensar en lo valioso que es tener la capacidad de apreciar el universo que nos brinda la lectura. Los libros nos permiten conocer la vida, las historias y hasta las aventuras de otras personas y lo más importante, nos brindan la oportunidad de —a pesar de nuestras carencias— disfrutar más de la vida. Nos ofrecen ese precioso espacio en donde podemos soñar sin necesidad de dormir.
Gracias a este pequeño episodio en mi vida me di cuenta de que la pobreza no es razón o pretexto para no disfrutar de la lectura. Para ello únicamente se necesita saber leer y que, en algún momento de la vida, se encuentre la magia que contienen los libros. Ese hombre sin hogar en Nueva York la encontró y gracias a ella tiene la posibilidad de tener algo que le ayuda a sobrevivir en la miseria.
Muchos tenemos, afortunadamente, una vida más holgada que la de este personaje pero no por ello exenta de problemas. En medio de todas nuestras dificultades, el disfrute de una narración o de un poema es un placer en el que no es necesario invertir mucho dinero, solo requiere de tiempo y voluntad. La recompensa, en cambio, es grande y divertida, es entrar en un mundo alterno, diferente, para conocer mejor y apreciar más nuestro mundo real.
Haber encontrado a esta persona en Nueva York fue para mí una gran lección: no solo reafirmó mi gusto por la lectura, también me enseñó que vale la pena escribir. Ahora puedo ver con más claridad que siempre existe alguien que desea leer lo que otro quiere narrar y que ese círculo no debe quedar abierto. Entendí que mientras existan lectores, habrá escritores que los alimenten, sin importar las condiciones de vida de ambos. Este indigente me animó a seguir leyendo pero lo más importante, me motivó a no dejar de escribir.
Felicidades Emilio, que razón tienes los libros son un tesoro y los escritores guías, maestros y ejemplo. Sigue escribiendo. Con cariño Letty A.
Muy bien dicho Emilio, para mí siempre ha sido un placer leer aunque no se me da tanto lo de la escritura. Pero como dices soy la otra parte de ese círculo virtuoso. Saludos y no dejes de escribir
El gusto por hacer es el maximo placer en si mismo, dado a cada uno de los que lo desea sentir. Al gusto del hacer se le suma lo que tu deseas y si se juntan , es el extasis en tu existencia, dar y recibir eses es el devenir de esta tierra, afora tu ser y dejalo seguir fluyendo en tus letras, saludos mi querido Emilio.
Excelente experiencia Emilio, gracias por compartirla.
Excelente tu narración Emilio. Sólo que hay un “negrito” en tu bella anécdota: París, es la mejor y más bella ciudad del mundo. Saludos y una vez más te felicito por tu escrito, que además hoy nos refresca y alienta más a los que leemos a seguir en nuestra pantagruélica empresa de fomentar la lectura. ¡Felicidades!
Gracias por compartir esta experiencia….¡me encantó! 🙂
Leer, leer, ¡qué bendito placer! Mi madre era una ávida lectora de la literatura y de libros interesantes. Al verla, ella me inculcó ese mismo hábito, y no lo he abandonado nunca en mis 59 años de vida. Leer me hace sentirme rico, que puedo visitar otros países, conocer otras lenguas (estoy aprendiendo alemán de manera intensa) y vivir un mundo virtual, mi propio paraíso. No saben los que no leen lo que se pierden.
Emilio, fabuloso, me dejaste preguntandome ¡ por que no hablaste con el? compartir algo, saber que……etc…..en fin excelente!!!!
Intenté hacerlo, hablar con él, pero este tipo de personas son muy difíciles para tratar. Irritado, molesto, me dijo airadamente que no lo molestara. No hice más intentos, no quise romper su mundo. ¡Gracias por leerme y por el comentario!