Estoy sentado frente a la hoja, la veo y nada se me ocurre, es un instante de terrible ansiedad. Ella sigue en blanco y harta de esperar que mis letras la vistan, está molesta en la mesa. Reclama “¡vamos, escribe algo!” y no lo hago. Me sorprende su enojo, pero el espacio infinito encerrado en ella me abruma, me angustia. Trato de encontrar, en vano, una historia que lo pueda llenar o, al menos, una frase para comenzar. Ahora nada viene a mi mente, nada sale de ella. Desesperado, solo puedo pensar que mis musas se cansaron de ayudar.
Una pluma, junto a la hoja, descansa …
Tal vez no existen las musas, tal vez son un cuento inventado por egoístas para esconder el secreto de su inspiración. Lo que existe es la atemorizante hoja en blanco, las letras que no llegan al encuentro con el papel y mi mente completamente perdida, tratando de recordar todo lo sucedido a mi alrededor. Pero en este momento los cajones de mi memoria están cerrados y no encuentro la llave para abrirlos. En mi interior solo hay un vacío y con una oscuridad tan grande como la blancura de la hoja frente a mí. Esa ausencia de luz me atormenta y me paraliza.
La pluma me observa…
Recuerdos, sentimientos, visiones, ambiciones, encuentros, rupturas; tantas cosas en mi vida que ahora están perdidas. ¿Qué puedo escribir? ¿Dónde están las buenas ideas que me visitaron en los últimos días? Las que arribaron en un momento inoportuno, las que entraron sin tocar la puerta y se fueron sin avisar, seguramente a buscar otra tierra para florecer. ¿Encontrarán algún día un espacio donde sean arropadas? Quizá los libros que tanto aprecio contienen ideas errantes, que en el pasado otras personas despreciaron, ideas que vagaron hasta encontrar un escritor que las recibió, las alimentó y las hizo crecer.
La pluma está inquieta…
Hoy me queda escribir y describir esta impotencia, tengo que plasmarla en el papel. Al hacerlo, es posible que ideas que hayan naufragado en el mar del abandono lleguen a mi vida. En un acto de amor a mis recuerdos, a lo que pienso y siento les podré ofrecer un lugar para descansar. Y quién sabe, quizá con el tiempo esas ideas se queden mi barco y en él, maduren y me sonrían.
La pluma comienza a danzar…