“Garza es mi pena, esbelta y triste garza,
sola como un suspiro y un ay, sola,
terca en su error y en su desgracia terca.”
Miguel Hernández
Terquedad es una bella palabra: sonora, intensa, con ritmo, cadencia. Tiene un espíritu propio, se mueve de manera discreta, firme, sin detenerse.
Odiada, a nadie le gusta que ella lo alcance, sin embargo, aprovecha cualquier oportunidad para ser retenida y utilizada. Por eso, afirmamos de manera hipócrita que está en los demás, nunca en nosotros. Pocos reconocen esta cualidad, preferimos cambiar su nombre: fortaleza, convicción, fe; es lo que se debe pensar para no caer en desprestigio. Simple uso del lenguaje; de cualquier manera, siempre queda dentro de uno. Es el punto final de una discusión que se sabe perdida, la espada que salva el inminente fracaso. Las derrotas dejan de existir cuando ella aparece. Fuerza a falta de argumentos.
Somos tercos, todos. Caminamos en el barro hecho con el polvo que dejan las piedras de la obstinación y el líquido de la convicción. Los pasos se atoran en ese lodo, tropiezos, caídas. Esos golpes endurecen aún más el deseo de seguir aferrados a esas ideas, a los pensamientos que habitan dentro de nosotros. Ellos parecen flotar sin problema, sólo las otras, las ideas de los demás, son las que zozobran. Es una mentira. Hundidos a medias, todos somos náufragos en el lodo, egoístas sin saberlo.
Somos tercos, aún aquellos que se esfuerzan de manera firme en dejar de serlo. Seres que creen, sienten volar encima de esa sucia senda. Olvidan que no tienen alas y, aunque así fuera, en el aire también existe lluvia, polvo, lodo que cae. Obstinación que solamente alimentan esa cualidad. No podemos escapar de ello, no existe manera, ni salida. Y no por ello refleja una tragedia, es solamente una realidad. Deja de usarse como un adjetivo para ser simplemente aquello que somos.
Somos tercos, lo repito. Asoma mi intención de convencer de una manera simple. Reiteración que permite sembrar esa idea a pesar de no disponer de los medios intelectuales para sustentarla. No tengo la demostración infalible, me basta con salir, observar a los demás, a ustedes. La historia lo demuestra, el presente lo corrobora, el futuro está marcado. Guerras, discusiones, logros, avances, retrocesos; no interesa el resultado, triunfos o derrotas, importa el nivel de tenacidad de las personas que deciden, los que mandan en esos momentos. Una terca realidad.
Ser líder no garantiza nada a nadie, o tal vez sólo la simple acción de tomar una elección por cuenta de los demás. No cualquiera llega a la cima, se requiere algo más que ser constante, ver más allá de lo que presenta el horizonte, creer en algo. Ellos determinan el rumbo, de acuerdo a sus creencias e ilusiones. Las comparten y crean una atmósfera en donde casi todos están convencidos de ellas. Los que no lo están, arrojan ideas, palabras, piedras en contra de ellos. Lucha de terquedades, en donde no siempre gana la razón, sino aquel que es más poderoso. Duelos que brotan en todas partes, en cada momento, sin honor.
Choque de ilusiones que se forjan en la convicción, la cual, acertada o errada, es irrelevante, ya que la verdad no es arma en esas batallas. Son sueños que se pueden perder, olvidar o torcer; depende de lo testarudos que sean sus dueños, de la fe que depositan en ellos. Se puede agonizar lentamente, morir día a día sostenidos en eso que se llama esperanza, otro bonito disfraz que usa la terquedad para evitar ser golpeada por los que no la entienden. El mundo no vive de ilusiones, es una ilusión; creemos en aquello que queremos creer, cada uno en su egoísmo, conjunto de fantasías que sostienen nuestros pies debajo del lodo. Pasos tercos en capas de fango y estratos de ilusiones; anegados caminos que nos empeñamos en seguir.
Terquedad, ¿qué sería de nosotros si no existiera? Una manada de lobos, o quién sabe, ellos también lo son en su naturaleza, persiguen a su víctima por largos trechos, sin importar lo que suceda. Vuele la idea inicial, podrían decir que confundo ser terco con tener fortaleza, convicción. Solamente es un sencillo juego de escala, de peso. ¿Qué tanto es lo que se debe poner en la balanza? ¿Quién lee el fiel en ella? De nuevo el duelo de las convicciones, de ideas contra ideas. Es un círculo perfecto, la jauría siempre alcanza la presa.
Y sólo observo, una y otra vez, solitario en mi sitio, los tercos esfuerzos por abrir la jaula que son nuestras mentes obtusas. No lo haremos, empeñados en ser lo que pensamos que somos, nos quedaremos enredados en nuestras ideas, con la firme idea que los demás son lo que no somos: todos tercos, todos, menos yo.