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Una historia inútil

“Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo”
Alejandra Pizarnik

Foto por Liliane Mendoza

Foto por Liliane Mendoza

Era una tarde de junio. El que haya sido precisamente ese mes no hace ninguna diferencia en esta historia, pero sí la ausencia de nubes en el cielo ya que este relato necesita luz para ser verosímil. En fin, era una hermosa tarde de junio, varias sombras jugaban en un parque sin nadie que las acompañara. Parecían niños en el recreo de la escuela: brincaban, corrían, a ratos se escondían. Sin lazos con sus dueños, por fin, tenían un momento de autonomía que el destino siempre les había negado.

No sabían la razón de esa nueva y extraña realidad, simplemente, una de ellas comenzó a andar en dirección contraria de la persona a la que estaba atada. Otra la vio, le pareció interesante e hizo lo mismo. En poco tiempo, varias caminaban juntas. Podía decir que era un grupo animado. Sin saber bien qué podrían hacer se detuvieron en una esquina para decidir hacía dónde ir. Después de un tiempo de discusión entre ellas llegaron a un acuerdo y se dirigieron a un parque cercano, les parecía un buen lugar para divertirse. También pudieron haber elegido una plaza o quedarse en esa esquina, el lugar fue irrelevante, todo hubiera sucedido de la misma manera

Siempre habían vivido atadas, condenadas a repetir de maneras uniforme y constante los actos de las personas a las que estaban unidas. No eran esclavas o prisioneras, porque los esclavos al menos tienen momentos en los que pueden soñar que no están sometidos a la voluntad de otro. Para ellos la libertad es una esperanza, muchas veces lejana, pero tan real que hace aún más pesada la agonía de las cadenas. Las oscuras siluetas que se divertían esa tarde no tenían esa carga. La ilusión de verse libres de sus dueños no existía, jamás había pasado por su imaginación esa posibilidad. Eso hacía que su vida fuera sencilla, fácil, lejos de cualquier complicación que regala el libre albedrío. Por eso, hoy jugaban, no debido a la alegría de la libertad, sino porque no sabían qué más podían hacer con el tiempo que tenían. Ese concepto tampoco lo conocían: el ser propietarias, tener la facultad de decidir qué hacer con algo, pero no les interesaba demasiado porque aún no estaban plenamente conscientes de ello.

Mientras tanto, las personas que eran dueñas de las sombras ni siquiera notaron ese pequeño cambio en el mundo, era algo tan irrelevante que nadie se dio cuenta de ello. Después de todo, las sombras no sirven para nada, pero tampoco representan un lastre. Son algo así como el apéndice, las muelas del juicio, las excusas y algunos tipos de perdón. Están ahí simplemente porque están, cualquier razón que se pueda argumentar para ello podría ser válida pero estéril. Y sin embargo, la costumbre tuerce la razón, inventa motivos para justificar la existencia de aquello que de otra manera podría estorbar.

En esta historia inútil, es tiempo de recordar que el miedo no anda en burro. Esa es una gran verdad, se mueve rápido, en cualquier cosa, a cualquier hora, por todos lados. Las sombras no lo sabían porque, al no poder decidir absolutamente nada, tenían la vida completamente resuelta, sin razones por las cuales cultivar temores. Pero, al caer la tarde, la luz se diluyó lentamente. Llegó la noche, entonces una de ellas se dio cuenta que, en la oscuridad, su contorno se confundía con todo lo que la rodeaba. A la vista de ese hecho surgió de improviso la posibilidad de desaparecer y con ella, el miedo. Las sombras no sabían o no recordaban que existían faroles en el parque. Los ataques de pánico entre ellas y sus intentos por permanecer en oscuridad fueron demenciales. En realidad, lo único que ocurrió fue que ellas se hicieron más débiles. Agotadas, se recostaron para morir o al menos eso pensaron.

Sin embargo, no murieron esa noche. Lo que sucedió fue que, en la mañana del día siguiente, se encontraron de nuevo atadas a sus dueños, como siempre. De la misma manera que nadie supo cómo se liberaron la tarde anterior, fue desconocida la razón por la cual regresaron a su estado original. Ellas sólo pudieron recordar que alguna vez fueron libres, pero eso acarreo un miedo tan grande que pocas se atrevieron a intentarlo de nuevo. Las que lo hicieron descubrieron que eran vanos sus intentos: en la siguiente mañana, las cosas volvían a la normalidad, pero con sus temores aún más grandes. Podía ser el inicio de un eterno círculo de terror.

Aquí surge la oportunidad de escribir la moraleja de esta historia, tan profunda que podría cambiar la vida de alguien, marcar diferencia en la conciencia, llevar a un momento de reflexión trascendente y mirar las sombras de otra manera, pero en realidad, si he de ser honesto, no existe ninguna enseñanza en este relato o, al menos, alguna que valga la pena. Tampoco contiene una metáfora, parábola, o representa algo, solamente es un relato que sirve para pasar el tiempo de una vana manera. Realmente, es una historia inútil.

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