“Así dirá la Historia
Se debatía entre el furor y la esperanza
Corrían a encender montañas
Y se quemaban en la hoguera.”
Vicente Huidobro
El viento siempre ha sido el mismo, no le interesa lo que pensemos de él; sin embargo, algunas personas dicen que hoy soplan vendavales de odio y estamos en una era llena de rencores, violencia. Incluso he escuchado voces, nada razonables, pero llenas de angustia, comentando que lo que está aconteciendo es el comienzo del “fin de los tiempos”.
Es un hecho, al menos para mí, que los años y días invariablemente terminan. Jamás he encontrado la manera de guardarlos, ahorrarlos para usarlos en un futuro, siempre veo como cada uno de ellos se va sin poder evitarlo. Además, ¿el fin de cuáles tiempos?, las referencias cronológicas son completamente subjetivas, varían de acuerdo al gusto y calendario de aquel que tiene la ociosidad de separar en pedazos el continuo andar de los relojes. En remoto caso que sea cierto, si efectivamente se acaba todo: ¿qué caso tiene angustiarse con ello si de todas maneras no se puede hacer nada? Tal vez me lo comentan para que me apresure a terminar aquellos pendientes que existen y nunca terminan; pero si nada va a quedar, a quién le podrá hacer daño que no finalice algo. Ideas ociosas, que buscan generar temor. Solamente aumentan aún más el sano nivel de estrés con el que me entiendo todos los días.
El odio entre algunos grupos de personas es como el viento, siempre ha existido. Las razones que dan origen a ese rencor son, por lo general, de una profundidad tal, que es una utopía dialogar, discutir o acordar algo al respecto. Por ejemplo: cómo es casi imposible razonar con alguien para que cambie su religión o crea en algún dios, se intenta meter esa nueva creencia por medio de garrotazos en la cabeza y, si no se obtienen resultados, la solución es matarlo para que no contamine a aquellos a lo cuales los golpes sí les hacen efecto.
Con algunos otros conceptos existe la misma situación: raza, política, ideología, amor. Podría parecer ilógico que mencione ese último, pero es una realidad que también por amor se puede generar una violencia que puede llegar a ser brutal; no sólo entre dos personas, sino incluso, entre comunidades. Algunas otras cosas se pueden colocar en una mesa para negociar, platicar alrededor de ellas e intentar lograr acuerdos: territorio, riqueza, recursos naturales, uso de poder; pero aquí también la codicia y ambición muchas veces hacen casi irrealizable que la razón pueda vencer a la violencia.
Todas las épocas han sido tiempos de odio, de agresiones. Siglos han pasado, en cada uno han existido grandes hombres que dejan en su legado una idea clara: “la violencia solamente genera más violencia”. Coinciden en ello pensadores de diversas eras, religiones, lugares; sin embargo, seguimos en el mismo camino: los vendavales son iguales.
Tal vez ser violentos es parte de la naturaleza humana. El guerrero siempre ha ganado al sabio, esta idea tiene su lógica. Es muy difícil (requiere inteligencia) poder compartir una idea y convencer a los demás de la misma. Podría ser tarea para pocos, algunos supuestos elegidos, no por el grado de intelecto requerido, sino por el esfuerzo que es necesario para lograrlo. Es mucho más fácil seguir dos caminos: no hacer nada si se es débil o, sí se tiene la fuerza suficiente, persuadir a los demás por medio de golpes. Además, si los trancazos son duros y sin piedad, es más rápido y efectivo lograr que el otro acepte razones que le son ajenas.
¿Podemos tener la esperanza que un día lograremos cambiar esta inercia? No es cuestión de guardar una vana ilusión o de esperar que algún poder divino logre cambiar siglos de atropellos. Es una cuestión de creer en la dignidad, el ser humano y la posibilidad de lograr que las ideas sean más fuertes que los puños. Es necesario hacerlo para vivir con cierto grado de decencia, respeto entre nosotros; cuando dejen de existir personas que tenga esa esperanza realmente estaremos perdidos.
Ese “fin de los tiempos” siempre está aquí, invariablemente acaban los días, cada momento respiro es el final de un tiempo. Tal vez lo dicen en el intento de lograr que me arrepienta de algo, de hacer que rectifique el camino, pero en esa manera de intentar convencerme está implícita cierta violencia. Seguimos sin aprender, es más sencillo amenazar que convencer; tal vez un día los vientos realmente cambien y la lucidez del argumento sea más poderoso que la fuerza bruta. Conservar esa esperanza es vital para no perder el concepto Hombre.