Entre restos torcidos de pecados,
en la esquina de un viejo cementerio,
un árbol regala su inerte sombra
a un poeta cansado.
Le quedan algunos segundos, pocos,
tras su larga jornada en la nostalgia;
fue un caminar en la nada, sin nada,
demasiados pasos en el desierto,
acaso demasiados.
En su rostro un gesto dice todo,
no le importó caminar en la estepa;
él mantiene su caduca sonrisa,
siempre fue suya, siempre.
Hoy el viento parece calcinarlo,
arroja llamas que rasgan su rostro
y un horizonte de larga tortura
le retira su sombra.
Hoy no le importa nada, ni la nada,
tampoco la eternidad del infierno,
sabe que lo acompañan sus recuerdos
y atorado en su estúpida sonrisa
queda inmóvil el tiempo.
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