La sonrisa permaneció escondida casi toda la semana, solamente hizo acto de presencia en contadas ocasiones, aquellas en que era necesario fingir para no provocar preguntas y comentarios incómodos: ¿qué te pasa?, ¡vamos, anímate!, ¡échale ganas! Tenía alguna idea de lo que ocurría, pero no albergaba ninguna intención de hacer algo al respecto; de cualquier manera todo seguiría igual. Así eran sus días, una mezcla de ansiedad, desgano, tedio; sin que nada pudiera cambiar esa realidad. Una tras otra, sus semanas transcurrían entre nubarrones que le impedían ver con claridad.
La muerte de Robin Williams abrió por un breve instante la cortina que cubre una enfermedad silenciosa: la depresión mayor. Es un trastorno del estado del estado de ánimo, en donde los sentimientos de tristeza, pérdida, ira o frustración afectan la vida durante un período de tiempo muy prolongado. Existe vasta y veraz información de esta dolencia: sus causas, síntomas, niveles de gravedad, consecuencias y tratamientos. Sin embargo, muchas personas la toman como algo intrascendente, trivial, incluso llegan a hacer comentarios en apariencia graciosos referentes a la misma, así como de otras enfermedades mentales. Me pregunto si alguna de esas simpáticas personas la han padecido o tuvieron a alguien cercano con depresión mayor, no sé si ellos han visto ese infierno; lo dudo, si fuera así tal vez no harían esas bromas, posiblemente tomarían con más seriedad el tema.
Los que conocen el abismo que existe al perder de una manera inexplicable cualquier alegría en la vida saben de lo que hablo. Más que una tristeza momentánea, es el dolor interno de sentir el tedio que nunca termina, la angustia que domina todo. En los casos más graves, el peligro de suicidio es una realidad, no debido a que se desee eliminar la tristeza o la angustia por medio de la muerte; es algo más simple y aterrador: al enfermo le es exactamente igual seguir vivo o no, estar muerto no es significativo para él, como tampoco lo son las razones que lo atan a la vida. Esa es la causa de una posible decisión final: la indiferencia frente a todo. Ahí esta el enorme peligro que tiene esta dolencia en su fase más grave.
Es fácil hablar de manera concluyente de la depresión, condenar a los que se suicidan por este trastorno. ¿Qué saben estos jueces de esto si nunca han visto su vida en tonos grises? No cuestión de poner más empeño, actitud, “ganas”; es una enfermedad que debe ser tratada, en los casos graves, por un médico especialista antes que sea demasiado tarde. Muchas personas no entienden las razones por las cuales ese gran actor se quitó la vida; no saben el porqué, si lo tenía todo, tomó esa decisión. Se pueden escribir párrafos completos acerca de ello, pero creo que aquí es donde podríamos salir de las descripciones técnicas, del listado de síntomas que habla fríamente de los sentimientos de aquellos que están en ese lugar. Tal vez la poesía puede tener un tono más adecuado para describir ese infierno y hacer llegar con un mejor lenguaje esa visión a los que nunca se han asomado por esa ventana; los ayudaría a comprender lo que significa este padecimiento. Podríamos, en este caso, comprender algo de esos nubarrones.
Camino triste en un sombrío sueño
la pesadilla nunca es suficiente
velos oscuros sin causa aparente
soy pobre enfermo entre errantes tropiezos
un gris telar domina la tormenta
él termina mi sencilla mortaja
de la nada la teje y queda nada
eterna pesadez muerde mi esencia
¡nunca, buenos amigos, nunca entienden!
razones de esta ausencia de colores
me torturan sus vacíos sermones
sus palabras son perversas serpientes
vivo sin vivir, ausentes sonrisas
vana fuerza para acabar mis días
vivo sin morir, exequias vacías
¡malditas Parcas! siguen indecisas
escucho voces que me alientan: ¡vuela!
me mienten, saben de mis alas rotas
queda sólo un pozo profundo, sombras
caigo, caigo, es mi vida que flaquea
me ahogo, muerto estoy entre paredes
mi sonrisa es sólo un inútil gesto
tedio perenne entre días de infierno,
soy muerto, duermo, ¿y Dios?
ayer, hoy, siempre ausente.