La tranquila charla de sobremesa alegraba la tarde de ese sábado, sobre el mantel aún seguían las tazas de café que hacían compañía a un excelente pastel de chocolate. Era una reunión de viejos compañeros de una preparatoria, algunos de los cuales no se habían visto en años. Dos de ellos platicaban en un extremo de la mesa.
—Alejandro, en verdad, me alegra ver que tu sueño de ser un gran arquitecto se ha cumplido —dijo Mauricio, mientras veía con orgullo a su viejo amigo—. Hoy eres muy reconocido.
—Pues sí, no me puedo quejar. Mi despacho de arquitectura camina muy bien —respondió Alejandro mientras tomaba una rebanada de pastel —. Pero a ti tampoco te ha ido mal, tu desempeño como gerente de personal de una excelente empresa no debe ser fácil y también te ha ido muy bien.
—Tienes razón, no es fácil. Tuve que poner mucho orden para que las cosas caminaran —dijo con orgullo—. Como implementar varías políticas, por ejemplo: no aceptar solicitudes de trabajo de gente con antecedentes penales, tatuajes, aretes y cosas por el estilo. Ahora el personales mucho más confiable y la empresa también.
—¿En verdad crees que las personas con tatuajes son malas? —cuestionó con incredulidad Alejandro. Él tenía dos y Mauricio no lo sabía.
—No lo creo, es una realidad —respondió seguro de lo que decía.
Mauricio no quiso contestar a su amigo, cambió el tema de la plática para no tener una discusión estéril con él.
Tendemos a colocar a las personas en patrones que están en nuestra mente. Antes de conocerlaslas colocamos en grupos con características definidas de manera general, creados por nuestra experiencia, costumbres, conocimientos. Así, los chilangos (personas que viven en la Ciudad de México) tienen características en apariencia bien definidas para las personas que no habitan en el Distrito Federal. Generalizamos sin pensar en la individualidad de cada uno
Si solamente fuera colocar a la gente en cajones no habría mucho problema, pero muchas veces no nos detenemos ahí, sino que juzgamos y con ello a veces premiamos o condenamos sin conocer.Vemos solamente ciertos aspectos que no la delimitan de manera completa, pero, para nosotros si la marcan. Es el caso de los tatuajes, por ejemplo, existen personas que creen que alguien con uno es una especie de delincuente, poco digno de confianza, informal. Lo definimos sin darnos la oportunidad de saber cómo es en realidad. También sucede en el caso opuesto, sobre todo con ciertos profesionistas como doctores, abogados, financieros; los vemos bien vestidos, hablan con mucho decoro profesional y consideramos que son excelentes, y por extensión, con buenas intenciones. La idea de que pueden ser honorables, serios, decentes puede ser errónea; ya que así los hemos visualizado sin conocerlos a fondo.
Lo hacemos todos, con todos. Hasta cierto punto es algo que nace de manera espontánea en nuestra mente, tal vez por la cantidad de información que acumulamos en el trascurso de los años. Sucede hacia los dos extremos: lo bueno y lo malo. Al ver a otro ser humano, casi de inmediato le colocamos etiquetas, únicamente basados en lo que vemos. Podemos tener errores que nos pueden costar mucho si nos quedamos con la idea previa, desde alejarnos de una persona que puede ser digno de nuestra admiración hasta el caso opuesto, dar toda la apertura de nuestra confianza a alguien que aún no sabemos cómoactuará. A pesar que es casi imposible no marcar a las personas con una idea preconcebida, es importante no quedarnos en las etiquetas. Lo que vale es que, a pesar de tener un prejuicio sobre alguien, rompamos esa barrera y nos demos la oportunidad de saber cómo es en realidad. Eliminar los prejuicios para poder apreciar la realidad de lo que conocemos, ignorar los acostumbrados filtros que impiden ver correctamente.
Esta conducta está siendo aprovechada y por lo mismo, aumentada, por los que manejan la publicidad. Se hacen a un lado los valores para fomentar una idea: lo que aparentamos es lo que somos. Por esta razón se vuelve importante adquirir bienes para convertirlos en el estuche de aquello que intentamos ser. Las cosas ya no se obtienen por el gusto de tenerlas, sino porque son las que “debemos” tener. En el afán de aparentar lo que deseamos, recurrimos a una serie de disfraces y conductas que llegan a ser falsas e incómodas. Se ha perdido gusto por obtener las cosas para tener una satisfacción personal; nuestras aficiones, preferencias, son lo que la “buena conciencia pública” indica que deben ser, no lo que nos agrada. Lo que realmente somos pasa a segundo plano, estamos más interesados en lo que puedan decir de nosotros.
Este hecho nos preocupa porque sabemos que, como juzgamos, nos juzgan. Nuestras relaciones por medio de Internet no escapan a esta realidad. Una foto incómoda, un comentario fuera de lugar puede ser suficiente para ser etiquetados en algo que no somos. Cada vez más las empresas revisan las redes sociales de sus empleados y candidatos a laborar en ellas, para verificar si no existe algún indicio de conducta inadecuada. Un instante, un descuido capturado en una foto que aparece en Facebook es suficiente para ser condenados.
No estamos fuera de estas circunstancias, nos rodean, hoy son parte de nuestra vida. Lo que sí podemos es darnos el tiempo para conocer a las personas que aparecen en nuestro camino, esperar para tener más bases y así poder hacer una apreciación personal, no importa si es buena o mala, lo primordial es que esté soportada por argumentos reales, no por una fachada. Si lo hacemos podemos evitar sorpresas desagradables, ya que no siempre las personas son lo que aparentan ser; o por el contrario, abrir la oportunidad para conocer gente que puede ocupar un lugar importante en nuestra vida. Los tatuajes no son malos, la persona que los tiene puede ser un excelente ser humano, nuestra tarea es descubrir si en realidad es así.