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Amigos

Joaquín llegó un poco retrasado por el tráfico. Al entrar encontró un ambiente agradable, aún no había demasiada gente. Era un restaurante de comida argentina, el aroma de carne cocinándose en un asador se mezclaba con la tranquilidad del lugar. Sus amigos ya se encontraban en una de las mesas; habían sido puntales, como siempre. Rodrigo y Carlos se alegraron cuando lo vieron. Después de un tiempo, el lugar se había llenado, la paz inicial se transformó en sonido de amenas charlas. La mitad de la botella de vino ya había desaparecido, pero no su entusiasmo. En la mesa habían circulado opiniones de negocios, de política, anécdotas, bromas; de pronto, la conversación tuvo un cambio inesperado.

—Rodrigo, ¿cómo ves el desastre de nuestra selección? —dijo Joaquín—. Creo que está muy difícil que logremos ir a la Copa del Mundo, parece complicado ganarle a Nueva Zelanda.

Rodrigo tomó un poco de vino. Parecía que no quería contestar, la mirada de Carlos compartía el mismo recelo. Los dos eran aficionados al futbol, sabían que los resultados para llegar al Mundial ya eran demasiado malos y que no tenía caso seguir la conversación que proponía Joaquín.

—Son unos mediocres, juegan sin ganas. Ahora, con esos cambios, no sé; pero, ¿quién quiere hablar de eso? —adelantó Carlos—. Mejor platiquemos de otras cosas, esta carne está excelente para hablar de temas que dan coraje.

Los tres dejaron de hablar por un breve instante. Aprovecharon para servir en sus copas lo que restaba del vino.

—Oigan, por cierto, alguno de ustedes ha recibido uno de esos mensajes cursis que circulan en Internet, los que vienen con fotografías o dibujitos —dijo Rodrigo.

Lo miraron con incredulidad, sabían que, a pesar de que participaba en muchas redes sociales, a su amigo no le gustaban ese tipo de cosas.

—No pongan esa cara, estoy hablando en serio —continuó Rodrigo—. Todos los días colocan en mis redes sociales uno de esos. Ya estoy harto, pero no sé como decirle a las personas que no me los manden.

—Es algo muy común —dijo Joaquín—. A mí no me desagradan, aunque existen días que las redes de Internet parecen un libro de autoayuda. Las personas piensan que a los demás les agradan.

—Para mí es una molestia, lo peor es que creen que refuerzan el sentido de lo que quieren expresar —Carlos hablaba con un tono de voz muy serio, miraba a Joaquín—. Deberías ver lo que ponen algunas de mis amigos, cosas como: “la amistad no es esperar que alguien piense en ti, sino pensar cómo ayudar al otro”. Frases melosas, que no dicen nada, que ponen la amistad como mercancía en tienda de regalos.

—Tienes razón. Pasa lo mismo con muchas cosas, no sólo con la amistad —dijo Rodrigo—. Estamos abaratando las palabras. Ponen una frase sencilla, agradable, le colocan una imagen bonita y listo; tienes algo que las personas comparten en Internet porque parece motivadora, que puede hacer sentir bien a los demás. Nunca reflexionan en las cosas que ellos hacen mal. Piensan que haciendo eso quedará todo arreglado por arte de magia, inclusive su vida.

Joaquín los vio con cara de sorpresa, trató de defender su comentario.

—Muchos no piensan como ustedes. Creo que algunos las colocan con la idea de ayudar a los demás. No sean tan huraños.

Se hizo un pequeño, incómodo silencio en la mesa. Joaquín esperaba una mirada de aprobación en sus amigos, un gesto que no llegó.

—Es que no se trata de ser huraño—dijo Rodrigo— El punto es que se van por el lado de las cosas. Creen que para resolver un problema personal o una gran falta de voluntad solamente necesitan ponerle ganas a su vida, que con leer una frase motivadora pueden cambiar la realidad. La verdad es que eso no funciona. Puedes hacer que las personas se sientan bien un rato, pero no más que eso.

—Rodrigo tiene razón, yo sigo pensando que muchas de esas imágenes son una molestia —agregó Carlos —. Algunas parecen ser grandes frases, pero son cosas obvias, en las que todos podrían estar de acuerdo. No llevan a ninguna reflexión, no generan una nueva idea en la gente que las lee. Simplemente no sirven de mucho.

—Yo no lo veo así, creo que están exagerando, a mí me gustan varias, no todas, pero sí algunas. —dijo Joaquín—. ¿Qué daño pueden hacer? Ninguno. Al contrario, pienso que pueden ser una especie de guía para los que tienen problemas. Esas publicaciones en las redes sociales ayudan a que las personas no sean tan desalmadas.

—Es que el problema no son las frases,  son las personas que las envían y que las leen —dijo Rodrigo—. Sería mejor que la gente realmente se ocupara más en demostrar con su conducta lo que quieren decir en esas frases. Al mismo tiempo que publican en Internet todas esas frases, todos esos dibujos; los valores que presumen se están perdiendo. Vemos como cosas normales normal la corrupción, la deslealtad, el egoísmo, hoy no nos sorprende la violencia. Eso es lo que me disgusta, me hace sentir que somos hipócritas.

—Y solamente llenan de ruido las redes sociales. Algunas de esas personas piensan que al enviar esas cosas pueden cambiar la manera en que actúan los demás —continuó Carlos—. Eso no es cierto, nadie va a cambiar con eso. El mundo necesita otras cosas para lograr que las personas dejen de hacer acciones viles o inmorales. Rodrigo tiene razón, se requiere hacer mucho más, deberíamos empezar con nuestra conducta hacia los demás.

Un mesero llegó para retirar los platos, les ofreció el postre y café. Joaquín cambió el tema de la conversación, sabía que, a pesar que respetaban su punto de vista, sus amigos nunca estarían de acuerdo con él. La conversación siguió de manera tranquila, surcó en otros caminos. Carlos se dio cuenta que Joaquín estaba muy contento y le preguntó a que se debía ese estado de ánimo.

—Ya casi tengo listo el asunto de mi divorcio. Por fin, parece que voy a ganar el juicio por la completa propiedad de la casa.

— Joaquín, sigo pensando que eso no está bien —dijo Carlos—. Después de tantos años, no creo que sea bueno dejar a Martha sin nada. Eso no es justo para ella, nunca la dejaste trabajar.

—No se trata de ser justo, quiero que sienta lo que es vivir sin mí —exclamó Joaquín con molestia—. Yo sé lo que hago… ya les dije que no se metan en eso.

Carlos y Rodrigo guardaron silencio, era evidente, no tenía caso decir algo al respecto.

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