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“¡Güerita, güerita!”

El sábado en la tarde mi esposa y yo estábamos en casa de un amigo. Conocíamos a pocos de los presentes, sin embargo el ambiente era muy agradable. Todos nos reunimos en la sala después de la comida; ahí, unas charolas con galletas y tazas de café moldeaban el clima perfecto para una amena charla. El tiempo corría tranquilamente, al igual que las palabras en la conversación. De pronto, la esposa de uno de los presentes comentó algo que inició un debate entre nosotros.

—No entiendo por qué, cuando voy a un mercado, casi todos los vendedores me dan precios mucho más caros que a todos los demás— dijo con un acento que no ocultaba que era extranjera, tal vez europea.

—¿Cómo sabes que realmente lo hacen?—le pregunté curioso por el repentino cambio en la conversación.

—Porque a veces le pido a mi marido que vuelva a preguntar y le dan un precio más bajo.— Su marido asintió con un leve movimiento de su cabeza.

—Tal vez porque eres extranjera —comentó una señora— y además eres güera. Ellos suponen que por eso puedes pagar un precio más alto.

—Pero eso no es justo, a veces voy con amigas y a ellas no les cobran tanto como a mí.

—Bueno, qué quieres, te tienes que aguantar por ser de otro país. Tal vez hasta te debería alegrar que te traten así.

—Pero… me están discriminando —respondió molesta, hizo una pausa antes de continuar—. Ustedes, los mexicanos, son muy racistas.

Fue entonces que comenzó una pequeña tormenta entre nosotros. ¿Es o no es racismo?, ¿somos racistas en México?, ¿discriminamos a otras personas? Para mí era un asunto tan claro que no había razones para ese pequeño debate, pero las opiniones iban y venían, se hablaba de racismo, de discriminación, de homofobia y lo que más me llamó la atención es que nadie reconocía abiertamente que era racista o que había tenido ese tipo de conducta en algún momento de su vida. Todos hablaban desde un punto de vista lejano a la realidad, desde una falsa posición de integridad, tal vez porque consideran que ser racista sólo implica actuar de manera muy violenta contra aquellos que comúnmente reconocemos como víctimas.

En México pensamos que la discriminación es un pequeño problema y poco importante. Muchos mexicanos se han visto afectados por actos de discriminación hacia ellos a tal grado que, por esta causa, han perdido las oportunidades de progresar en su vida. Es posible que estas letras no digan nada nuevo, pero el problema está presente, todo lo que se ha dicho o escrito hasta hoy no ha sido suficiente. Esa velada discriminación, oculta por nuestra hipocresía, está haciendo mucho daño. Hace pocos días circuló en Internet el video de una niña que fue agredida violentamente por sus compañeros de escuela por el simple hecho de ser de otra región y existen más casos: el desprecio a los indígenas, la intolerancia a los que profesan otra religión, las burlas a los que tienen una deficiencia física, las agresiones que reciben los ilegales que entran a nuestro país por la frontera sur; por mencionar solamente unos ejemplos.

Es un problema tan profundo que se diluye con nuestras actividades diarias, está presente todos los días y no lo queremos ver. Pensamos que no somos parte de ese problema, pero no nos engañemos, nuestras acciones indican lo que somos. Pocos confesarán que han tenido actitudes racistas en su vida cotidiana, pero es una mentira. ¿Cuál es una de las frases que utilizamos para insultar a otra persona? Eres un mugroso indio. Para nosotros, ser indio es un insulto. Hablamos utilizando esas frases y al mismo tiempo nos vanagloriamos de no discriminar a los demás, “no soy racista, no odio a la gente de color, me caen bien”, decía alguien en la sala de mi amigo. Esa persona, ¿cómo trata a las personas de otro nivel económico, a las personas de orientación sexual diferente a la suya?, ¿también por su vida se cruzan esos “mugrosos indios”? Ahí está la realidad, oculta por muchos años de nuestra doble moral.

Antes de contestar si somos o no racistas, deberíamos evaluar de manera honesta nuestras acciones, nuestra conducta. Nos daremos cuenta que muchas veces hemos tenido actitudes de discriminación a otras personas sólo por el grupo social al que pertenecen o al que pensamos que pertenecen. Despreciar a otra persona antes de conocerla es despreciar a todas las personas, incluso a nosotros mismos.

La solución a este problema no está en vanas discusiones o en nuestras hipócritas actitudes que nada han resuelto. Recordemos que la igualdad sólo puede existir si se crea el espacio para ello. Si nos negamos a reconocer que discriminamos a otras personas no podremos dar un primer paso, el inicio de la solución está en cada uno de nosotros, en nuestras acciones individuales, en lo que hacemos todos los días. Dejemos atrás la falsedad, la doble moral y seamos honestos, hoy podemos, debemos comenzar.

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