Saltar al contenido

Compromiso

 
 
 

Un martes, como cualquier otro martes, dos personas terminan su agradable desayuno en un conocido restaurante.

—Entonces, ¿comemos juntos el miércoles de la próxima semana?— La pregunta era casi una afirmación.

—¡Claro que sí!, nos vemos aquí, a las dos —dijo su amigo con voz alegre—. ¿Te parece bien?

—Está perfecto —respondió, anotando la cita en la agenda de su teléfono celular— Nos hablamos el martes… para confirmar.

Estoy casi seguro que la escena anterior es algo común en nuestra vida. Parecería que no existe nada raro en ella, sin embargo, una frase llama la atención: “Nos hablamos el martes… para confirmar”. Esta última parte es extraña, ya que todo quedó acordado de manera firme: la fecha, hora y lugar de la comida. Además, podemos estar casi seguros que, si no existe esa llamada el martes, la comida quedará cancelada. Todo esto sucede de una manera tan natural, tan sutil, que pocas veces notamos ese tipo de comportamiento en nuestra vida.

Existe en México cierta facilidad para hacer compromisos que en realidad no comprometen, sobre todo en el uso del tiempo o cuando incomoda lo que ese compromiso representa. También, en el diálogo anterior, se ve una muestra de la gran dificultad para decir No. El uso de la expresión “nos hablamos” deja en el limbo quién hará la llamada, quién es el que debe confirmar. Nadie tendrá la culpa si no se hace esa llamada. Incluso parece ser una manera elegante de no asistir a la comida sin ofender, un valor entendido para ambas partes, en donde nadie se sentirá molesto. Preferimos tener la excusa de un mal entendido antes que negarnos a aceptar un compromiso, por eso los aceptamos a medias, muchas veces sin tener la voluntad de cumplir con ellos.

Foto por Liliane Mendoza Secco
Foto por Liliane Mendoza Secco

Nos gusta esa especie de libertad, esa manera de caminar por la vida sin hacer sentir mal a nadie, sin negarnos a nada, pero sin aceptar de manera plena nuestras obligaciones. Siempre dejamos una salida para decidir hasta el último momento lo que verdaderamente queremos hacer. Fabricamos de manera inconsciente el camino con desviaciones y así tener la oportunidad de salir del mismo si la situación no es favorable. Queremos tener la certeza de poder tomar nuestras decisiones en cualquier momento, sin la obligación de cumplir con algo, sobre todo si no estamos convencidos de lo que tenemos que hacer.

Tratamos de obtener la mayor ventaja de lo que vivimos en una actitud egoísta, en donde lo que realmente importa es la comodidad, la libertad de hacer aquello que se desea por una convicción personal y no por compromiso. Hasta cierto punto esta manera de pensar es normal, pero nuestra simpatía por la informalidad ha creado una peligrosa tolerancia cuando se trata de cumplir. Si una regla formal no coincide con la manera de pensar de nuestro grupo social, es común que no se respete y que nadie se moleste por ello. Las leyes y reglamentos en nuestro país se aplican de manera discrecional, tienen prioridad los costos políticos o económicos antes que mantener el estado de derecho. Y lo peor es que ya estamos acostumbrados a este tipo de conducta.

Deseamos que en México no existan problemas como la corrupción, la delincuencia, la mala policía, los políticos deshonestos, la educación deficiente y las violentas manifestaciones de grupos inconformes. En otras palabras, nos gustaría poder vivir en orden, vivir en un país en donde la ley sea respetada. Esto es algo que será complicado lograr ya que es difícil que aceptemos una ley, sobre todo si representa algún sacrificio personal. Estamos demasiado apegados a resolver los problema por el camino más fácil, más cómodo, aunque no sea la mejor manera. Cada día encontramos ejemplos de esta conducta en las noticias, vemos que el estado de derecho en México se viola de una manera rutinaria, tolerada y nadie se sorprende por ello. Esto sucede en todos los niveles, desde el reglamento de una escuela hasta nuestra Constitución. En algunas ocasiones la falta de formalidad llega a niveles absurdos, como el caso de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, en donde ni siquiera existe reglamento académico para normar la conducta de los alumnos y a nadie le interesa este hecho.

Todos queremos que nuestro país mejore y todos podemos contribuir a ello. Podemos comenzar en nuestra pequeña comunidad, en nuestro círculo social. Son pequeñas acciones personales para iniciar el cambio: cumplir las normas y reglamentos que regulan nuestras actividades, hacer nuestros compromisos sin desvíos, respetar dichos compromisos, ser puntuales en todo. Parece poco, pero es mejor intentarlo que no hacer nada. Vivir en esta falta de compromiso no ayuda a nuestro país, al contrario, la falta de respeto por las leyes ha convertido a México en un país violento y donde impera la ley del más fuerte.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *