El proyecto sigue igual que antes, tengo que reconocer que me está ganando la flojera, no quiero, pero me está ganado. En estos días mi vida ha sido un caos, siento como si estuviese dentro de un sueño marciano del cual no puedo salir.
Mi abuelita cumplió 90 años, fuimos a festejarla a una ciudad que está como a 8 horas en carro de aquí – un viaje saliendo el viernes y regresando el domingo – la locura, pero valió la pena. El ver las lagrimas de mi abuelita cuando le cantamos las mañanitas hizo que valiera la pena el viaje, reconozco que en el fondo soy un sentimental de lo peor, pero me costó trabajo poder contener mi emoción cuando noté en sus ojos una expresión de gratitud y felicidad que pocas veces se ve.
El trabajo es un verdadero caos: lentitud, preocupaciones, corajes. Siento que estoy enredado en una madeja de la cual no veo la punta del hilo, a veces dan ganas de tomar un cuchillo y romperla, pero ese nudo gordiano no se puede romper, mejor dicho, no debo romperlo. Tengo en mis negocios demasiado esfuerzo, dinero y tiempo acumulado para mandar todo a la chingada. Todo es cuestión de paciencia y atención en la resolución de problemas. Lo malo es que la paciencia es una cualidad que Dios olvido poner en mi mochila. Creo que por eso me siento enredado, abrumado, no es mucha presión, pero es constante. Esa presión es suficiente para que haga efecto en el tiempo, es como el tormento de dejar a la persona sin dormir; va minando lentamente la voluntad, termina con las ganas de vivir.
Posiblemente por eso no he escrito mucho en estos días, tengo que romper de alguna manera esa inercia. Tengo que salir a flote de nuevo, antes de que me hunda.